martes, 26 de marzo de 2013

CAPITULO XIV: FE


-Zagal… no es un hombre malo.

Alejandra sonaba convencida. Su abuelo la miró sorprendido.

-¿Lacros podrá salvar a Zagal?

-Eso lo sabrás más adelante – El abuelo le sonrió a Alejandra y miró por la ventana, melancólico – Las cosas eran distintas en esa época.


Kua-Yi desayunaba a la orilla del salto de agua, mientras Lacros se mantenía bajo la cascada. Había pasado al menos doce días y doce noches bajo el constante golpe del agua, solo deteniéndose para comer una vez al día. Su cuerpo estaba casi sano y había bajado de peso considerablemente, pero Kua-Yi notaba como Lacros había cambiado desde las últimas noticias.

El mundo estaba en llamas. Cui del Norte había caído bajo la espada de Zagal, y ahora los caminos se llenaban de campamentos temporales y forasteros. Las leyes de los antiguos imperios ahora se habían trasformado en la ley del más fuerte.

Hace unos días atrás, un caballo flaco llegó hasta la casa de Kua-Yi. El jinete del caballo estaba casi muerto. Desnutrido, con una herida abierta en un costado, lleno de moscas y larvas. Kua-Yi junto a su esposa lo vendaron e intentaron desinfectarle las heridas, pero su sangre ya estaba muy contaminada y sus extremidades se comenzaron a poner negras. El caballo, murió la misma noche en que llego. El hombre, era un mensajero que logró escapar de las ruinas de Jade. Les contó que algunas familias se habían quedado a proteger lo poco que les quedaba, pero unos días después del ataque, barcos piratas habían poblado la costa. Ahora el imperio que alguna vez fue Jade se había reducido solo a pequeñas ciudades en ruinas, cada una “reinadas” por un capitán extranjero.  El capitán que había tomado las ruinas de Jade se hacía llamar “El Gran Carnicero”. Era un Borosi, moreno y corpulento, calvo y con una larga barba teñida de verde y azul. Disfrutaba raptando jóvenes de las familias sobrevivientes, violarlas hasta dejarlas embarazadas y luego regresarlas a las familias con la orden de criar a los bastardos. Decía que repoblaría Jade con su sangre. Quien se opusiera a él terminaba amarrado a un caballo, con cortes suficientes para morir desangrado o por infecciones, y se le enviaba a cabalgar hasta perderse. El jinete era uno de sus víctimas más recientes.
El jinete también hablo sobre noticias que venían de ambos lados del mar. El Imperio del Sol se preparaba para el azote de Zagal, y las ciudades mercantes habían cerrado sus puertas, cortando todo el comercio exterior. Las ciudades libres de Kalim-ha comenzaron a migrar hacia las zonas selváticas y muchos extranjeros habían poblado las ruinas de los Imperios Muertos, entre los ríos Gemelos.

El mundo había cambiado por la mano de Zagal y aun no terminaba. Lacros estaba lejos aún de estar a la altura de su enemigo, y cada día que pasaba era como un siglo en caos. Dos días después de llegar, el jinete murió por el envenenamiento de la sangre.

Lacros había estado focalizado en su entrenamiento desde el día que el jinete murió. Pasaba los días enteros bajo la cascada, reflexionando y meditando. A la mañana del treceavo día, Kua-Yi lanzó una roca pequeña contra el rostro de Lacros. Al sentir el impacto, Lacros abrió los ojos lentamente y miro a Kua-Yi. Estaba con dos hombres.

Lacros se levantó, se vistió y se reunió con Kua-Yi.

-Veo que las bendiciones de la paciencia y la disciplina te han alcanzado Lacros, pero se necesita mucho más que eso – Kua-Yi se dirigió hacia los dos hombres – Ellos son Niche y Roiry, antiguos alumnos de esta casa, y los mejores.

Niche era alto y delgado, tenía el pelo largo y negro como la noche, tomado en una cola de caballo perfectamente peinada. Sus ojos rasgados dejaban ver un resplandor azulado, y su rostro estaba perfectamente afeitado. Llevaba una armadura de placas flexibles color verde. En Jade, la tradición dictaba que los guerreros más curtidos y perfectos llevarían armaduras ligeras y flexibles, ya que su mayor protección era su habilidad. También llevaba una espada delgada y afilada colgando del cinturón, idéntica a la de Efrón. Las llamaban Katanas.

Roiry era más bajo que su compañero. De hombros anchos y encorvados, tenía el aspecto de un toro. Era totalmente calvo, aunque se notaba que se rapaba. Tenía la barba ordenada y delineada desde las patillas hasta el comienzo del mentón, dejando la boca descubierta. También llevaba una armadura ligera, pero de color rojo ladrillo y llevaba su katana amarrada del cinturón.

-Ellos te ayudaran a perfeccionarte físicamente Lacros. Te enseñaran el estilo de batalla de Jade, basado en la rapidez y la precisión. Es muy distinto al estilo de Eris basado en la fuerza. Comenzaremos con espadas de madera.

-¿No usare armadura?

-Claro que si Lacros.

Cuando Lacros salió de la habitación, apenas se podía mover por los pesos en las muñecas y en los tobillos. Además, la armadura de la guardia de Eris, que tenía Kua-Yi para Lacros estaba modificada, con placas de acero adicionales para hacerla más pesada y calurosa.

-¿De verdad piensas que podré hacer algo vestido así?

-¿No aprendiste nada en la cascada? – dijo Roiry con agresividad.

Lacros tomo la espada que le dio Kua-Yi, que era pesada y tosca. Frente a él se preparó Niche con una sonrisa en los labios. Comenzó con un paso a delante, observando. Lacros se sentía nervioso, no confiaba en el método que había elegido Kua-Yi, pero había tenido razón con la concentración bajo la cascada y Lacros se sentía distinto.

Niche ataco rápidamente, sin que Lacros siquiera pudiese verlo. En menos de dos segundo, golpeó a Lacros en un costado, directamente, desequilibrándolo, y luego con la empuñadura le dio un golpe en el rostro que lo derribo. Lacros apenas se pudo levantar. Cuando Niche se acercó a ayudarle, Kua-Yi lo detuvo.
Lacros se puso de pie, mareado y cansado por el peso y el calor. Intentaba concentrarse, pero no lo lograba. En su mente lo golpeaba el calor, luego el peso de la armadura, el cansancio y la frustración. Se cuestionaba si Kua-Yi quería darle algún tipo de lección o si realmente tenía que mover semejante armadura para luchar. Pero antes de poder responderse una pregunta Niche le dio un golpe certero sobre la rodilla, luego un golpe en las costillas y lo lanzó nuevamente al piso. Casi no sentía los golpes, pero la fuerza lo hacía revotar dentro de la armadura y lo desequilibraban fácilmente.

Lacros estaba furioso con Kua-Yi, pero no quería levantar la voz, o sentía que no podía, apenas daba respiros cortos. Un tercer ataque de Niche le dio vuelta al mundo de Lacros, quien callo de cara contra el pasto. Intento escupir sangre y pasto, pero ni energías para eso tenía. Esta vez sintió que alguien lo levanta y lo ponía de pie. Frente a él se preparaba nuevamente Niche con su espada de madera.
Lacros veía borroso más allá del visor. Sentía todo más lento, sentía que se tambaleaba. Levanto la espada instintivamente, en un gesto defensivo, pero apenas si podía pensar en lo que estaba haciendo. Otro golpe contra el piso y se desmayaría. Ya no importaban Kua-Yi, ni las cascadas, ni el peso ni el calor, solo podía ver a Niche.

El Jaderi ataco, con la espada en alto. Lacros vio como la levantaba y tranquilamente, rendido ante el agotamiento, levanto la espada y detuvo el golpe, aprovechando el peso de la armadura para envestirlo con gran fuerza. Niche se desequilibró y Lacros alzo el brazo pesadamente para derrumbarlo. Niche escupía pasto el piso y Lacros no entendía bien lo que ocurría. Solo se dejó llevar. Kua-Yi sonrió.

martes, 19 de marzo de 2013

CAPITULO XIII: LA SOMBRA


Alejandra miró a su abuelo. No sabía cómo comenzar aquella parte del relato. El solo pronunciar su nombre hacía sonar su voz sombría.

“Los barcos avanzaban a gran velocidad hacia Cui del Norte. Cada vez que cerraba los ojos veía el fuego de Boros y las ruinas de Eris, el lugar que alguna vez fue su hogar. Ahora sería Cui del Norte la que sufriría el destino de sus ciudades hermanas; luego, el Imperio del Sol. Nada debía detenerlo. Nada podía detenerlo… más que él mismo.

Revisó las celdas inferiores de su barco, el “Sombra de Luna”. Sus soldados de arena y los hipnotizados por el poder compartían el vino del último saqueo. Muchas veces había compartido la habitación con ellos, pero cada día se hacía más difícil, cada día se sentía más distante. Llegó a su camarote, donde una mujer raptada de Boros, morena y de cabello como el ébano, estaba encadenada al muro, en silencio, agotada por los intentos de escape. Otra mujer rubia y blanca, que había sido capturada en Eris estaba acurrucada en su cama, intentando protegerse con las sábanas.

Zagal se sentó a los pies de la cama y mientras se sacaba las botas, exhausto, observaba el gran mapa pegado en el muro de la habitación. Sentía el pecho pesado y la sangre golpeando su cabeza. Miraba sus manos y en golpes de dolor las veía cubiertas de sangre y luego limpias. Sentía olor a muerte en su ropa. Se desnudó. La mujer rubia comenzó a tiritar. Se dirigió a la morena y la soltó. Ella se desplomó en el piso, cansada de la posición que la obligaban las cadenas, pero no intentó escapar, sabía que si lo intentaba, los hombres de arena de Zagal la violarían uno tras otro, ya había ocurrido. Zagal la tomó de la mano y la guió a la cama, luego se acostó él dándoles las espalda.

Las dos mujeres se abrazaron, intentando protegerse una a la otra. Estaban aún confundidas de los cambios drásticos de Zagal, de ser un hombre considerado y piadoso, a un monstruo violento y sangriento.
Zagal cerró los ojos. Tras ellos se encontró nuevamente en el salón de Eris, frente a Ania, a solas y ocultos en las sombras de una noche sin luna.

-¿Lo sientes, amor? – Le decía Ania tomando la mano de Zagal y poniéndola en su vientre.

-Será el príncipe de Eris – Zagal sonrió. ¿Sonreír? Ya casi no recordaba cómo se sentía eso sin el deseo de muerte.

Zagal tomó a Ania entre sus brazos y la besó con cariño, hasta que sus dientes se transformaron en colmillos filosos y comenzaron a destrozar la dulce boca de la princesa. Luego sus dedos eran cuchillas y rebanaban la suave piel de su amor, mientras él sentía el placer de la sangre y la carne; a la vez que de sus ojos las lágrimas escapaban con dolor. Una risa macabra llenó la habitación cuando Ania cayó a sus pies, muerta y despedazada, con un niño en sus brazos. La risa se elevó y transformó en música tétrica y cruel. Las luces de la habitación se encendieron en llamas horrorosas, de color verde y azul. A su alrededor bailaban los muertos, el vals de los caídos, al son de las carcajadas siniestras que ahora provenían de él mismo. Ania, Lacros, Nana, gente que no conocía y gente que había conocido bien.

-Esta es tu fiesta Zagal – las palabras salían de su boca – mira a tu amor, mira a tu hermano.

Hilos plateados, bañados en sangre, cayeron desde el techo y amarraron las manos, el cuello y los pies del cuerpo de Ania, que se levantó en una reverencia macabra, solo para abrazar y danzar con el cadáver de Lacros.

-Mi hermano, mi amigo… - Zagal se paseaba sin voluntad entre los cuerpos – mi amor, mi amiga…

Quería llorar, pero la risa no se lo permitía. En el trono estaba el rey de Eris y a su lado el último emperador de Jade, con el vientre abierto, devorando sus propias entrañas en el banquete infernal. Junto al rey también estaba su padre, aconsejando al cuerpo abierto a su lado, con los ojos muertos, moviéndose torpemente por los hilos que venían del techo. Los cadáveres seguían bailando, perfectamente coreografiados y guiados por las risas que no se detenían. El cuerpo del rey de Eris se levantó, dejando caer sus entrañas sobre la mesa llena de comida putrefacta. El pequeño emperador de Jade tomó una rata de la mesa y la masticó mientras miraba al rey de Eris que pedía silencio en la habitación.

-Amigos míos – dijo el cadáver, moviendo la boca uniforme y sin fuerzas – miren a mi sucesor, el orgulloso 
 hijo de única hija con el hombre que prometió protegerla, en la vida y en la muerte.

Los rostros de los muertos se volvieron sombríos. Detrás de Zagal se levantó un niño vestido como soldado. Sus ojos eran blancos, lechosos. Su piel era tan delgada que se podía ver a través de ella, sus venas, sus músculos y el latir de su corazón. No tenía cabello, ni nariz y sus labios no eran más que una línea en su rostro muerto.

-Padre, abuelos, juro siempre servir al reino de Eris con justicia y clemencia – dijo el niño

Zagal lo observaba atormentado. Tras el niño, Ania colgaba con los pies tocando el piso.

-Es nuestro, mi amor, es el heredero de Eris

-El heredero de los Dragones – dijo una voz en la oscuridad.

Zagal abrió los ojos. La mujer rubia estaba tirada en el suelo, aún respirando, pero con los labios ensangrentados y uno de sus pechos rotos por los dedos de la bestia. Zagal estaba ahora entre las piernas de la mujer morena, que lloraba en silencio. Las manos de Zagal estaban cubiertas de sangre y el cuerpo de la morena, lleno de moretones y golpes. Zagal no se pudo detener hasta terminar de poseerla. Dejó su semilla adentro y giró hacia un lado.

-Lo siento…- dijo agitado – lo siento… yo…

La mujer morena se levantó cojeando y tomó a la rubia. Se cubrieron ambas en una esquina de la habitación y se taparon con una de las sabanas de lana. Zagal solo se pudo quedar tendido en la cama, sin energías, sin aliento.

-Ahora tienes lo que quieres Zagal – la voz venía de su cabeza.

-Esto no es lo que quiero – las mujeres no lo miraron, pero lo escucharon.

-Si lo es… poder, ¿no es lo que me pediste hijo mío?

-No soy tu hijo – Zagal no notó que estaba gritando.

-Claro que si lo eres. Ambos caímos en la orilla del Ruby y ambos nos levantamos. Esto eres ahora Zagal, míralas, te temen, te aman.

Ambas mujeres tiritaban de terror en la esquina, pero ni una se atrevía a salir de la habitación, sabían que cualquier tortura que les hiciera Zagal pasaría, pero los hombres de arena eran miles. Al menos Zagal se mostraba piadoso de vez en cuando.

-Hijo mío, no te resistas.

-No me resisto – Zagal solo podía llorar lágrimas secas.

-Cui del Norte está cerca, lo siento y luego, el Imperio del Sol.

-Sí, maestro… - Zagal se rendía todas las noches a las palabras dentro de su cabeza.

Se levantó, sonriendo. Tomó por el brazo a la mujer morena y la lanzó hacia su cama. La mujer casi ni se resistió, sabía que era inútil. Luego tomó a la mujer rubia, que apenas se movía, y puso su mano sobre el pecho desecho. Cuando Zagal sacó su mano, el pecho había sanado y la mujer dio un respiro como si hubiese vuelto a la vida.

-No quiero que mis juguetes se rompan para siempre – le susurró Zagal antes de lanzarla junto a la morena – bésense.

Las dos mujeres se miraron y comenzaron a besarse con inseguridad. Zagal se sentó en una silla junto a la cama y las observó.

-¡Ámense!

Las mujeres se comenzaron a tocar y besar con más fuerza.

-Obedézcanme – dijo Zagal para sí mismo, sintiendo el peso dentro de él.

-Eso es hijo mío, todos deben obedecerte… todos deben obedecernos.

Zagal tomó por las caderas a la mujer rubia y comenzó a poseerla como si fuera un animal. La mujer morena quedó sentada en la cama, frente a frente con su compañera que gemía de dolor y a veces daba un grito de desesperación y miedo.

-¡Bésala! – la morena miró a Zagal con odio y obedeció.

Las carcajadas de Zagal llenaron el espacio, como la música de los muertos, con la tonada del son de los caídos.

lunes, 18 de marzo de 2013

CAPITULO XII: PARA SER UN DRAGON


-¡Lacros derrotará a Zagal! – Dijo Alejandra con energía.
Su abuelo la miró y le sonrió.


“Durante toda la noche no había podido conciliar el sueño pensando en las palabras de Kua-Yi. Miraba por la ventana, sentado en el piso sobre el colchón de plumas, apoyando la espalda contra el muro de bambú, luego movía la mirada hacia su espada quebrada. Las estrellas brillaban en el cielo despejado y el viento helado de una noche de luna nueva entraba por la ventana, enfriando sus emociones. Se sentía confundido y desorientado, muy dentro de él comenzaba a extrañar a las personas que había perdido hace años y también a las que había pedido ahora. A quien más necesitaba era a Balum… o a Mish.

-Con los herederos de Cui y Sol perdidos, eres el único capaz de detener a Zagal

-¿Y tú?

-¿Yo? Yo estoy viejo.

-A penas sobreviví  de mi último enfrentamiento con Zagal.

-Yo te entrenaré.

Kua-Yi lo había curado, le debía su vida. Pero, ¿Quería seguir viviendo? Mish probablemente estaba muerta, al igual que Nana. La fuerza de Zagal había arrasado los puertos grises y todas las islas del imperio de Jade. ¿Debía detenerlo? Era su destino como hermano de Zagal, como Dragón, pero era un destino que le costaba aceptar. Zagal de un golpe había hecho pedazos su espada y su orgullo. Su valor lo había abandonado.

Cuando amaneció, abrió los ojos sin recordar haberlos cerrado. Salió de la habitación, esta vez con una sola muleta y se reunió con Kua-Yi en el jardín. Las mujeres preparaban el desayuno mientras el hombre alimentaba los peces del pequeño arroyuelo que cruzaba el jardín. Lacros aún no había tomado una decisión, aunque algo dentro de él le insistía en que  aceptara.

-Jamás pensé que un hombre dudaría en salvar al mundo – Dijo Kua-Yi cuando Lacros llegó a su lado.

-Perdí todo lo que tenía, ¿Qué mundo puedo salvar?

Kua-Yi miró a Lacros y se dirigió a la casa. Se sentó en el borde del balcón y le hizo una seña a Lacros para que lo siguiera.

-Dime Lacros, ¿Qué es lo que ves frente a tus ojos?

-Tu jardín.

-¿Qué hay en mi jardín?

-Flores… peces…

-Vida Lacros, en mi jardín hay vida. ¿Qué pasa si dejo de alimentar a los peces o regar las flores?

-Morirán

-Y yo seré el culpable. Ellos dependen de mí, sin saberlo. Pero yo lo sé. Los Dragones originales formaron los imperios como sus propios jardines, en un principio en paz y armonía, protegiendo y alimentando su pueblo. No todos conocían a los Dragones, pero no por eso ellos los olvidarían. Si dejas que Zagal cumpla su cometido, ¿Qué te hace mejor que él?... serás tan responsable como él de los muertos por esta guerra y sobre todo de la de tus amigos. Nuestros actos desinteresados son los más importantes.

¿Podría llamarlos amigos? Los había conocido por poco tiempo pero habían sido las primeras personas agradables con Lacros en muchos años. De pronto el rostro de Mish pasó por su mente.

Solo se escuchó el sonido del agua del riachuelo y la pileta por un momento, hasta que los pasos delicados de la joven que vivía con Kua-Yi se acercaron. Lacros la observó un momento, y luego a Kua-Yi.

-Ella no es mi hija, Lacros. Es hija de mi esposa y un pirata de Jade que se tomó el derecho de ponerla en el vientre de mi mujer contra su voluntad. Luego el pirata le cortó la lengua a mi esposa. Pero la he criado como mi hija y jamás dejé sola a su madre.

-¿Perseguiste al pirata?

-No. Yo estaba en la guerra de unificación y cuando regresé me encontré una mujer muda y una niña en sus brazos. Al menos puedo devolver una vida digna al mundo, por todas las que tomé durante la guerra.

Lacros volvió a observar a la joven. Debía ser un poco menor que él, quizás unos cinco años más o menos. Había notado que Kua-Yi la trataba con cariño, al igual que a su esposa. La joven dijo unas palabras en el idioma verde de Jade.

-El desayuno – Kua-Yi sonrió.

-Kua-Yi – Lacros lo detuvo mientras se levantaba - ¿Seré capaz de derrotarlo?

-Una vez se me dijo que jamás tendría hijos y hoy frente a mí, está mi hija.

-Acepto Kua-Yi, entréname.

Luego del desayuno, Kua-Yi guió a Lacros por un camino detrás de la casa. Fueron a paso lento, al paso que Lacros podía alcanzar con la muleta. Llegaron hasta un salto de agua, donde nacía el arroyuelo que cruzaba el jardín.

-Tu cuerpo está muy dañado para entrenarlo, pero tu mente debe fortalecerse también. El agua ayudará a sanar tu cuerpo y te dará la oportunidad de entrar en tu mente.

Lacros, siguiendo las indicaciones de Kua-Yi, se sacó la camisa de seda y se sentó bajo el salto de agua. Al principio, el agua estaba fría, tanto que su cuerpo comenzó a tiritar sin control. Sentía que los huesos se le congelaban y los músculos se endurecían. No soportaba más de unos minutos cuando pedía que lo sacaran. Kua-Yi le dejaba descansar solo un momento antes de indicarle que lo intentara de nuevo. Buscaba la concentración, pero en su cabeza solo encontraba el frío del agua y su cuerpo se volvía loco nuevamente.

-Debes concentrarte Lacros, busca en tu mente el calor.

Lacros cerraba los ojos y comenzaba a vagar en sus propias ideas, pero el frío comenzaba a afectarlo y lo sacaban de sus pensamientos para arrojarlo al agua nuevamente. El primer día fue un desastre. Lacros se pasó toda la mañana y la tarde intentando mantenerse bajo el salto de agua. El segundo día no fue muy distinto al primero.

Ya había pasado una semana cuando Lacros decidió salir por la noche mientras Kua-Yi dormía. Ya lograba caminar sin las muletas aunque a veces perdía el equilibrio. Se metió en el agua y nadó un momento, flotando de espalda y mirando las estrellas. Luego contempló el salto de agua. Se sentó bajo él y comenzó a pensar en todo lo que había ocurrido desde aquel día en que Gaudo entró al bar y junto a su hermano lo sacaron a golpes de ahí. Recordaba los golpes y el viaje con el saco de harina en la cabeza. Abrió los ojos de golpe; estaba seguro que estaba inconsciente mientras lo arrastraban con Unojo. Volvió a cerrar los ojos y retrocedió en sus recuerdos mucho más, al día en que Zagal asesinó a Ania.

-Siempre tarde Lacros – Dijo Zagal mientras limpiaba la sangre de Ania de su espada – Al igual que en el Ruby. Me prometiste que volverías mientras la flecha perforaba mis entrañas.

-Volví, estabas muerto – gritó Lacros.

-¿Estaba?, no seas iluso Lacros, sigo muerto, ¿que no ves? – Zagal le mostró la herida.

Lacros se lanzó contra Zagal.

-Lo que está muerto… - dijo Zagal – jamás volverá.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CAPITULO XI: EL FENIX


-Abuelo – dijo Alejandra llorando – no mates a Lacros
-Tranquila Alejandrita – el anciano abrazó a la niña.

“Cuando las energías se lo permitían lograba abrir los ojos, aunque solo distinguía sombras a su alrededor. Sombras que se movían en silencio en un mundo sin sonidos, solo hecho de luces. Las energías no le duraban mucho más que unos segundos y caía nuevamente en el sueño profundo. A veces, cuando abría los ojos, una de las sombras tenía su cabeza en las piernas y le daba de beber líquidos dulces y tibios, pero no podía mantener los ojos abiertos por mucho tiempo.

Un trueno rompió el silencio de su habitación y lo obligó a abrir los ojos de par en par. La oscuridad era cómoda para su vista y el trueno había sido el único sonido que había sentido en todas sus incursiones por la realidad. Esta vez logró sentarse gracias al fuerte sonido. Su respiración era rápida y estaba transpirando frío, estaba vestido con una túnica blanca, mojada en los bordes. La habitación en la que se encontraba era sencilla, cuatro muros de bambú con un techo de madera y paja, una ventana de pergamino translúcido y una puerta corredera del mismo material. Estaba acostado en el suelo, en una colchoneta delgada hecha de género y plumas, y tapado con una gruesa manta de lana.

Sentía la sangre golpeando su cabeza y le costaba recordar lo que había ocurrido. Había un dolor punzante en el pecho, pero lo importante es que aún sentía. Estaba vendado y aunque pensaba que había estado varios días inconsciente, estaba limpio y perfumado. Quien quiera que se estuviera preocupando por él, lo había hecho con esmero.

Afuera, solo se escuchaba la lluvia y un trueno ocasional. Lo demás solo era silencio. Se sentía mareado y cansado, débil. Intentó ponerse de pie pero le fue imposible, azotó el cuerpo contra el piso de madera y el golpe lo dejó sin respiración enseguida. Arrastrándose, logró llegar a la ventana y abrirla. El aire frío de la lluvia entró enseguida, haciéndolo sentir fresco y revitalizado, pero aún adolorido. Cuando los relámpagos iluminaban el cielo alcanzaba a distinguir una pileta de piedra más allá de la ventana, rodeada por un jardín de flores de colores y arboles de bambú.

Se sentó apoyando la espalda en el muro, dejando sobre él, la ventana desconocida. Un golpe de memoria dio contra sus ojos, el rostro de Zagal y el fuego a su alrededor. Comenzó a explorar su mente en búsqueda de una respuesta de lo ocurrido, lo último que recordaba eran las llamas envolviendo a Efrón y el palacio de jade desmoronándose. Y las sombras, lo que más recordaba eran las sombras.

Se arrastró, sintiéndose patético por ni siquiera poder ponerse de pie, hasta llegar a la colchoneta de plumas y cerró los ojos nuevamente. No le costó conciliar el sueño, pero las pesadillas atacaron como todas las noches conscientes, aunque esta vez era distinto: Zagal estaba parado frente al trono de Eris y en el piso estaban Mish y el emperador de Jade, en vez de Ania y su padre.

-Siempre tarde Lacros, siempre tarde – dijo Zagal bajando las escaleras que llevaban al trono.

Cada paso que daba Zagal dejaba llamas. Lacros estaba inmóvil, paralizado y Zagal se acercaba. Abrió los ojos y la lluvia ya se había detenido. El sol entraba a través de la ventana abierta. Algunas gotas aún caían desde el tejado y el cielo despejado se veía más azul que de costumbre. La lluvia había limpiado el aire.

-Aun cuando la tormenta puede destruir todo a su paso, el día siguiente es de paz y belleza – dijo una voz.

Lacros movió la cabeza hacia donde venía la voz. La puerta estaba abierta y en el umbral, un hombre delgado de ojos rasgados, y totalmente calvo lo observaba.  El hombre entró a la habitación con calma y se sentó sobre sus piernas, frente a Lacros.

-Mi nombre es Kua-Yi, y este es mi hogar, Lacros.

-¿Cómo sabe…

-¿Quién eres? – lo interrumpió – Te he observado, todos nosotros te hemos observado. No es casualidad que llegases acá, aunque no esperé que fueras tan testarudo de enfrentarte al demonio Zagal tan pronto, no contaba con aquello.

-¿Todos?... ¿Quiénes?

-Los Dragones de la Espada. Ahora vístete, enviaré por ti – el hombre se levantó con calma y caminó hacia la puerta – debes estar hambriento, las respuestas las tendrás, después de comer.

No lo había notado, pero sentía el estomago vacío. No sabía cuantos días había estado inconsciente, pero debían ser varios. Tenía vendajes limpios y al parecer las heridas comenzaban a sanar.

-¿Cuántos días…?

-Treinta lunas – le respondió el hombre mientras salía.

Al cabo de un rato, dos mujeres de ojos rasgados entraron a la habitación. Ambas eran pálidas como la nieve, de cabello oscuro y liso, amarrado en un perfecto moño, dejando sus caras descubiertas. Las mujeres no dijeron nada, solo entraron con una reverencia y desnudaron a Lacros, luego le pusieron una túnica verde y dorada y lo ayudaron a levantarse. La más joven salió rápidamente y volvió con dos muletas hechas de bambú.

-Gracias – susurro Lacros

Las mujeres no respondieron, solo hicieron una reverencia y salieron de la habitación. Lacros las siguió con dificultad, sentía las piernas entumecidas y los músculos torpes y agarrotados. Las mujeres lo guiaron hasta un salón pequeño, con una chimenea y un muro de ventanas de papiro. Arrodillado en el piso, frente a una mesa baja, estaba Kua-Yi, bebiendo de una taza de madera.

-Lacros, por favor, siéntate.

La mujer más joven trajo un cojín y lo puso en piso, frente a Kua-Yi; luego, ayudo a Lacros a sentarse. En la mesa había pescado al salazón, una tetera con té verde, una taza de madera, pan recién horneado y huevos revueltos. La mujer mayor entró con una bandeja y dejó también mantequilla recién batida y pasta de huevos de pescado. Le sirvió una taza a Lacros y luego se retiró con una reverencia.

Por un largo momento estuvieron en silencio. Se escuchaban un par de aves cantar desde el jardín, pero todo lo más estaba cubierto por el silencio. Lacros tomo la taza y bebio un trago. El té era dulce y suave, pero sintió cómo su garganta se inflamaba y comenzó a toser. Kua-yi lo observó.

-No te apresures Lacros, cuando llegaste aquí tu cuerpo estaba demasiado dañado. Tomará tiempo para que te recuperes por completo, pero te quedarás aquí hasta que eso ocurra.

-¿Dónde estamos? – pregunto Lacros aclarando la voz.

-Esta zona es conocida como los Dedos del Cielo. Estamos en lo más profundo de las montañas Verdes, donde los azotes de la guerra jamás llegaran.

-¿Guerra?

-Has estado mucho tiempo inconsciente Lacros, comprendo que tengas muchas preguntas y las responderé. Debes suponer que el imperio de Jade cayó, Jade mismo ardió en llamas. Dos semanas después fue Eris mismo que cayó en las garras de Zagal, el castillo Azul fue derribado y Eris totalmente arrasado. Ahora ambos imperios fueron reducidos a pequeñas localidades. Aún no tenemos claridad de cuál es el objetivo de Zagal, pero sabemos que ha zarpado hacia Boros y las ciudades mercantes del sur de Eris.

-¿Cómo es posible? – Lacros estaba impactado, no podía entender qué motivaría a Zagal a tales actos.

-Creemos que Zagal busca algo, un arma que los antiguos Dragones escondieron, un artefacto tan poderoso que incluso puede regresar a la vida a los muertos. Claro que yo… creo que Zagal no es Zagal.

-¿Quiénes son los Dragones? ¿Cómo Zagal no es Zagal?

-Bueno, hace miles de años, la familia de los Dragones se reunieron para forjar los imperios. Ellos eran grandes magos y excelentes guerreros, los mejores que la historia pueda recordar. Existían en ese momento seis hijos, cada uno fundó uno de los grandes imperios que conocías, Lacros. Eris, Jade, Sol, Boros, Cuis y Aleryion. Cada imperio fue formado sobre una espada, pero Aleryion tenía otras intenciones. Levantándose contra sus hermanos, Aleryion creó una espada de oscuridad y tinieblas, capaz de acabar con los otros cinco imperios. Claro que el Conclave, es decir, los emperadores Dragón de los otros imperios, no lo permitirían y encarcelaron a Aleryion El Loco y escondieron la espada. Aleryion prometió venganza cada día que se pudrió en las cárceles de Jade. Los cinco Dragones restantes tomaron sus espadas correspondientes y se autoexiliaron, sabiendo que sus creaciones eran peligrosas para el mundo. El pueblo olvidó a la familia de los Dragones y las guerras entre los imperios, los cambios históricos, los nuevos dioses y los antiguos, ayudaron a cubrir de nieblas la historia de las seis espadas.

-¿Zagal busca la espada de Aleryion?

-Así es. Hasta donde sabia Aleryion, su espada debía estar en Jade, pero fue Jade misma quien la escondió lejos del alcance de su hermano. Si Zagal encuentra a Aleryion, el mundo correría un riesgo incalculable, pero si lo que pienso es verdad, Zagal sabe más de lo que pensamos. Zagal está buscando las otras cinco espadas también, ya que sabe que solo las cinco espadas Dragón pueden detener a Aleryion.

-Y si él tiene las seis será invencible.

-Exacto.

-¿Quién eres?

-Yo, como te dije, me llamo Kua-Yi y soy el último Dragón de Jade. Tú ya conociste a la última Dragona de Eris, que por desgracia murió a manos de Zagal.

-¿Ania?... entonces su hijo…

-Eres inteligente Lacros. Existía el rumor de que Aleryion había tenido un hijo bastardo antes de ser encarcelado, pero no teníamos la certeza.

-Zagal…

-Solo el descendiente de Aleryion puede blandir su espada o la de sus hermanos. Solo un Dragón puede utilizar la espada de un Dragón.

-¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

Kua-Yi tomó un trago más de té y cerró los ojos.

-Así como lo sabía Nana, protectora de los Dragones, todo descendiente de Dragón es seguido de cerca por sus protectores. Nana tenía la misión de vigilar a Ania y revelarle la procedencia de su sangre cuando fuese mayor. Por desgracia Nana no logro evitar que Zagal la asesinara y Ania no dejó herederos, perdiendo la línea de Eris – Kua Yi se detuvo un momento y observó fijamente a Lacros – Balum tenía por misión vigilar al Dragón de Boros. Los sueños de revolución de Balum y de Nana los segaron y no les dejaron ver la real identidad de Zagal y de su padre.

Lacros tardó unos segundo en entender lo que Kua-Yi le había dicho. Se quedo en silencio. Kua-Yi se levantó y se acercó a la ventana.

-La línea de Eris se ha perdido, no podía permitir que la de Boros se perdiera también. Yo estoy viejo y no puedo tener herederos. Los antiguos dioses son crueles. Perdimos noticias de los herederos de Cui y de Sol hace cientos de años, solo quedas tú Lacros, solo tú puedes derrotar a Zagal Aleryion, solo tú Lacros Boros.

sábado, 9 de marzo de 2013

CAPITULO X: CONTRA MI HERMANO


-No quiero que Lacros muera abuelo…
-Eso está fuera de nuestras manos, Alejandrita.


“Lacros desenfundó lentamente su espada, dejando al descubierto el brillo gastado de su compañera de peleas desde que era un guardia real. Zagal, sin decir una palabra, sin mirar siquiera a Lacros, terminó de limpiar la espada y comenzó a bajar lentamente las escaleras. Cada paso hacía resonar su armadura de placas. La armadura blanca de la guardia real, brillante como si fuese nueva.

Lacros comenzó la danza, caminando en círculos alrededor de Zagal, como un lobo antes de enfrentarse a un enemigo. Zagal, aún con los ojos cerrados, sonriendo, no se movía. Lacros tomó posición de ataque desde la espalda de Zagal, pero este ni siquiera se movió.

-¿De verdad piensas que me puedes derrotar, Lacros?

-Debo derrotarte… ¿Por qué Zagal? éramos hermanos y tú la asesinaste. Juramos protegerla de todos los males y fuiste tú quien la hiciste derramar su sangre.

-Nunca lo entenderías Lacros – el tono de voz de Zagal era burlón, como si le hablara a un niño – pero si has llegado hasta acá no ha sido solo ¿verdad? ¿Qué se siente ser un títere toda la vida, Lacros?

-¿De qué hablas?

-Ania murió por que debía morir, su padre murió para construir un mundo mejor y no debía quedar marca de su sangre en la tierra…

-¿Y tu hijo? – lo interrumpió Lacros.

-¿De qué hablas?

Zagal abrió los ojos. Lacros aprovechó el momento para atacarlo rápidamente, pero Zagal  era demasiado rápido, demasiado fuerte. No solo detuvo la espada de Lacros, sino también la hizo pedazos de un golpe. Lacros cayó al piso, con las manos adoloridas y las palmas rotas. Zagal se agachó poniendo la rodilla en su pecho y lo tomó del cuello.

-Eres un inútil y siempre lo has sido Lacros, desde que éramos pequeños, jamás pudiste hacer algo sin que yo te ayudara. Pero Ania te eligió a ti como su guardia personal y yo solo fui uno más en la guardia real.

-Ella… - Lacros apenas podía respirar – Tu hijo…

-¡Explícate! – Zagal comenzaba a desesperarse. La ira comenzó a apoderarse de él.

-Ella tenía… a tu hijo… ella te… amaba… no a mí… a ti…

-¡Mientes! – Zagal le dio un fuerte golpe en la cara  – ella solo me utilizó, como me intentó utilizar mi padre, como a ti te utiliza Unojo. ¿Crees que no lo sé Lacros?, siempre lo he sabido. La farsa de la revolución, como Unojo traicionó a mi padre. Es guerra lo que querían, pues guerra les estoy dando.

Lacros se sentía confundido y mareado. El golpe y la falta de aire no le dejaban ganar fuerzas y las palabras de Zagal rebotaban dentro de él, enredando más aún todos los hechos que habían ocurrido en los últimos meses.

-¡Suéltalo! – Efrón entró por la puerta del salón del emperador.

Zagal lo miró y volvió a sonreír. Luego miró a Lacros, que casi perdía la conciencia por la falta de aire. Se levantó y tomó su espada. Lacros comenzó a toser sin poder recuperar el aire. Efrón atacó a Zagal pero éste detuvo todos sus ataques.

Efrón era un gran guerrero, rápido y fuerte, pero frente a Zagal era como si fuese solo un aprendiz. Zagal detenía todos sus golpes y lo hacía perder el equilibrio con pequeños empujones. Lacros logró ponerse de pie, con todo el mundo girando a su alrededor.

Zagal y Efrón se movían demasiado rápido por el salón del emperador. Lacros recogió su espada rota y se lanzó contra Zagal, pero éste lo detuvo sin mayor problema mientras empujaba a Efrón. Lacros seguía mareado. El golpe que le había dado Zagal había sido demasiado fuerte.

-Me cansé de esto – dijo Zagal.

Zagal le rompió el brazo a Lacros y lo empujó, dejándolo una vez más tendido en el piso. El grito de Lacros resonó en todo el salón. Cuando levantó la mirada, vio a Zagal tomando por el cuello a Efrón. Lacros no alcanzó si quiera a levantarse cuando Zagal atravesó su espada en el estómago de Efrón y la sacó por su costado, haciendo pedazos las costillas y la carne. Efrón murió antes de llegar al piso.

Zagal ahora se acercaba a Lacros. El dolor y el agotamiento le impedían levantarse. Zagal puso su pie sobre el brazo roto de Lacros, haciéndolo retorcerse de dolor.

-Ania… te amaba – dijo Lacros con la respiración entrecortada – ella tenía a tu… hijo… en su vientre.

Zagal no decía nada, solo miraba con ira a Lacros.

-Yo… debía protegerte…

-Unojo te engañó, hermano – Zagal giró el pie, haciendo pedazos los trozos de hueso en el brazo de Lacros 
– Así como también me engaño a mí. Unojo es un traidor, igual que mi padre.

Zagal levantó la espada por sobre el pecho de Lacros.

-Estaba… embarazada… era… tuyo

Lacros vio como una lágrima se asomaba en el ojo de Zagal. Luego, con un movimiento lento, Zagal bajó su espada atravesando el pecho de Lacros, sacó su espada rápidamente y limpió la sangre. Tres piratas entraron en ese momento al palacio.

-Quémenlo todo – Dijo Zagal.

Lacros sintió el calor de las llamas danzando a su alrededor. La sangre salía de su pecho y estaba rodeado por el infierno. Apenas podía abrir un ojo. Vio el cadáver de Efrón arder, totalmente envuelto en las llamas que consumían el palacio. No se podía mover.

-Ania – dijo en voz baja.

Cerró los ojos y sintió que alguien lo arrastraba. Abrió un ojo lo más que pudo y vio como el piso bajo él se movía. Luego, el cansancio lo derrotó de nuevo. De vez en cuando lograba abrir un ojo y veía pies a su alrededor, luego sintió el aire frio del exterior, una voz que lo llamaba, sombras a su alrededor que se abalanzaban sobre él y luego desaparecían; el pasto frío en su espalda, alguien que lo levantaba y la fría muerte entrando a su cuerpo. El cansancio y la falta de sangre le ganaron a sus fuerzas y al recuerdo de Ania, cerró los ojos y se dejó llevar. La última imagen que tuvo fue el palacio de Jade ardiendo, la ciudad más grande del imperio en ruinas y la bandera de Eris en una galera que aún atacaba pequeños barcos. Cerró los ojos.

FIN DEL PROLOGO…
CONTINÚA “LA ESPADA DEL OESTE”.

martes, 5 de marzo de 2013

CAPITULO IX: JADE


-¿Lacros puede vencer a Zagal?

-Eso ni él lo sabe.


“Efrón despertó a Lacros. Mish ya había partido, incluso antes de que Efrón despertara. Lacros tomó sus cosas y dejó unas monedas sobre la mesa de noche. El sol apenas mostraba sus rayos rojizos al otro lado de la cordillera del Dragón, una cadena montañosa que había protegido durante cientos de años al imperio de Jade. La mañana era fría pero los comerciantes ya estaban preparando sus puestos de venta alrededor de los puertos. Algunos barcos, que habían estado pescando durante la noche, ya habían anclado en el puerto. La mayoría traía pejesombra y estrellas lunares.

-Debimos salir más tarde – dijo Efrón en voz baja – mataría por un pejesombra frito.

-El barco que tomaremos saldrá en al menos dos horas, podemos esperar – Después de la noche anterior, Lacros se sentía más relajado con la compañía de Efrón o de Mish.

Primero entraron a una herrería. Aunque Zafiro era principalmente una provincia comercial, esperaban poder encontrar armas o armaduras. Si llegaban a Jade desarmados y se encontraban con Zagal, el resultado sería desastroso. En la herrería solo encontraron un par de placas disparejas de armaduras que habían sido compradas por partes. Efrón logro encontrar una espada delgada, como la que él ya tenía, pero casi sin filo.

-Será mejor conseguir equipos en Jade – dijo Efrón mirando las espadas oxidadas y melladas.

Salieron de la herrería y vieron una gran multitud correr hacia los puertos. Se miraron extrañados y fueron a averiguar qué ocurría. El “Princesa Jade”, un barco pesquero había llegado al puerto sin velas y con la mitad del casco hecho astillas. Todos se reunían alrededor de los puentes, ayudando a bajar pescadores heridos.

-¿Qué ocurrió? – pregunto Efrón en la lengua local.

Un pequeño pescador de ojos rasgados le respondió a gritos, muy nervioso. Los demás que estaban en el puerto miraban atemorizados al pequeño hombre que explicaba los hechos. Muchos comenzaron a correr hacia los puestos pesqueros y albergues, esparciendo la voz. Cuando el pescador terminó, corrió hacia el “Princesa Jade” y comenzó a descargar a toda velocidad. Efrón se dio media vuelta y tomó a Lacros por el brazo.

-¿Qué está pasando? – preguntó Lacros.

-Los pescadores dicen haber sido atacados por una flota con el estandarte de Eris. Más de cuarenta galeras de guerra muy bien armadas se dirigen a Jade. Y eso no es todo – Efrón miró a su alrededor – también mostraban estandartes de Boros, Cuis del Norte, las ciudades comerciantes, El Nido, Ojogrifo e incluso el Imperio del Sol.

-¿Cómo es posible? ¿Una armada conformada por todos los grandes imperios?

-Es como si el mundo entero comenzara una guerra, pero, ¿todos en contra de Jade?

-Esto no puede ser, quizás el pescador está confundido o quizás…

-Zagal – lo interrumpió Efrón – Debemos partir a Jade ahora.

Pero con la noticia de los ataques ni un barco quería salir del puerto Zafiro. Preguntaron a todo comerciante y pescador, pero todos se rehusaban. Incluso los extranjeros estaban preparándose para partir hacia Eris, Boros y las Islas Verdes, lo más lejos de Jade que pudieran estar. Si lo que contaba el pescador era verdad, pronto comenzaría una guerra de proporciones que jamás se había visto en la historia. Lacros se sentía nervioso. El actual rey de Eris era un inútil engreído que jamás lograría una alianza de tal envergadura. Si Efrón tenía razón y todo esto era un plan de Zagal, ¿Cuánto poder tenía ahora? ¿Cuantos aliados a su lado?

-¿Llevarlos a Jade? – Dijo un capitán en el extraño acento de Boros – podría, pero sería peligroso. ¿Qué ganaría yo arriesgando a la “Sirena Desnuda”?

-Oro – respondió Efrón – todo el que pidas.

El capitán los miró de arriba abajo y entrecerró los ojos.

-¿Quién me lo asegura?

-Te entregaré el oro ahora mismo, pero debemos zarpar cuanto antes y directo hacia Jade, sin desviaciones, sin retrasos – Efrón tenía la voz dura y decidida.

-Pues entonces está bien, zarparemos en una hora – respondió el capitán alargando una sonrisa – antes del atardecer estaremos en Jade.

El capitán gritó un par de órdenes a sus marineros y la “Sirena Desnuda” comenzó a moverse. Lacros y Efrón subieron enseguida, justo antes que los puentes se elevaran, mientras el capitán contaba su bolsa de monedas.

La “Sirena Desnuda” era una galera comerciante delgada y liviana. Las olas la hacían moverse de un lado a otro, pero tomaba una gran velocidad, incluso en los ríos que separaban las pequeñas islas de Zafiro.
Lacros se mantuvo en todo momento en la proa del barco, observando el pasar de las islas, buscando algún indicio de barcos de Eris o de cualquier otro imperio. Ya habían pasado horas cuando divisaron las Torres del Guardián, cuatro construcciones enormes, más altas que el faro de los Puertos Grises. Las torres marcaban la entrada a Jade y tras ellas, una enorme nube de humo negro se elevaba.

-Llegamos tarde – Dijo Efrón

-Debemos desembarcar, ahora – gritó Lacros

El capitán dio la orden y se acercaron lo que más pudieron a la orilla. Lacros y Efrón bajaron por las cuerdas de escape y corrieron por la orilla, entrando al puerto de Jade. El puerto estaba plagado de piratas y soldados con distintas armaduras, luchando a espada con los guardias de Jade. Ambos guerreros desenfundaron y comenzaron a ayudar a los guardias. Lacros dio un golpe con la espada a un pirata, quien se transformó en arena al morir.

-¿Qué es eso? – Preguntó Lacros confundido.

-Magia Oscura – Respondió Efrón – ahora estas convencido Lacros, es Zagal, no cabe duda, debemos correr al palacio de Jade.

Ambos corrieron por los estrechos pasillos de Jade. En cada esquina encontraban guerreros luchando contra guardias y piratas. Algunos piratas entraban a las casas y sacaban a rastras a mujeres y niñas pequeñas. Otros simplemente las violaban en las entradas de las casas, mientras sus compañeros las detenían.

Lacros vio como un pirata y un soldado con armadura de Eris comenzaban a rasgarle la ropa a una niña de unos quince años. Se acercó a toda velocidad y le dio un corte mortal al pirata, transformándolo en arena. Luego se enfrentó uno a uno contra el soldado de Eris, mientras Efrón cubría a la niña con la capa desgastada que Lacros le lanzó, la capa de lana de Balum. Lacros dio un golpe preciso entre la armadura y el hombre cayó al piso.

-¿Este es real? – Dijo Efrón

-Eris apoya a Zagal… - respondió Lacros en voz baja.

La niña había dejado de llorar, pero respiraba agitada.

-¿Dónde están los refugiados? – le pregunto Efrón.

-En el templo del viento – dijo la niña entre sollozos.

-Lacros, la dejaré en el templo del viento y nos encontraremos en la puerta del palacio de Jade.

-Está bien.

Lacros corrió directo al palacio, dando golpes cada vez que su marcha se lo permitía. Algunos caían muertos, otros se transformaban en arena. Lacros no comprendía por qué los soldados de Eris seguían a Zagal, cómo un muerto podía convencer a un rey de declarar una guerra inútil.
Lacros cruzó las puertas del palacio a toda velocidad, hasta llegar al salón principal, donde la historia se repetía. El cuerpo del emperador estaba tirado en las escaleras que subían al trono y Zagal limpiaba su espada.

-Tarde como siempre Lacros – dijo Zagal sin darse vuelta.

sábado, 2 de marzo de 2013

CAPITULO VIII: DONDE LA FORTALEZA RECIDE.


-¿Lacro será capaz de derrotar a Zagal?
-Eso él no podría saberlo, Alejandra.

“El puente del Sombra Espumosa se dejó caer sobre Zafiro, una de las provincias comerciantes del imperio Jade.

Jade era la capital del imperio, que reunía una serie de islas que se esparcían como manchas en los mapas. Jade era la isla mayor, que le daba también nombre al imperio. Antes del imperio, las islas se gobernaban a sí mismas, dando lugar a piratas y traficantes que arruinaban a las islas de su alrededor, quemando pueblos y robando todo lo que encontraran. Zafiro y Jazmín habían sido siempre islas comerciantes y eran las más cercanas al mar de gusanos. Ahora esas dos islas eran la puerta de entrada al imperio más viejo en el mundo.

Lacros descendió por el puente detrás de Mish y de su hermano Efrón. Antes de que tocara tierra, miró hacia atrás.

-Debo quedarme en mi barco y seguir mi ruta – le había dicho Derio antes de bajar el puente.

-Y será mejor que yo regrese a Eris – dijo Nana

-Comprendo – respondió Lacros – fue un gusto volver a verte Derio. Envíale mis noticas a Unojo, Nana.

Apenas Lacros pisó las tablas del puerto de Zafiro, los marineros del Sombra Espumosa subieron el puente y los tres que se quedaron vieron como el barco se alejaba a gran velocidad, levantando pequeñas olas en la calma de la costa.

Lo primero que hicieron, después de que el Sombra Espumosa desapareciese en el horizonte, fue buscar un albergue. Encontraron uno detrás de los puestos comerciantes de algas y corales. Lacros agradecía el haber llegado a tierra. Si bien el Sombra Espumosa era un barco rápido y suave al surcar las olas, el paisaje repetitivo del mar infinito se había vuelto en una prisión para él. Había transcurrido una semana y media desde que zarparon de Boros.

No habían pasado ni cinco minutos de estar sentado cuando sintieron que alguien golpeaba la puerta de la habitación. Lacros aseguró su espada y Efrón observó sin sacar la mano de la empuñadura. Lacros abrió la puerta con cuidado. Afuera no había nadie, pero en el piso había un sobre cerrado con un sello que mostraba un ojo asegurándola. Lacros cerró la puerta luego de tomar la carta. La abrió rompiendo el sello de cera rojo.


“Lacros, Efrón y Mish
¿Pensaste que te dejaría recorrer el enorme imperio de Jade solo? Si estás leyendo esta carta es que has llegado a Zafiro. He recibido información importante que dice que Zagal avanza entre las sombras hacia Jade, la capital del imperio. Según mis fuentes, Zagal robó planos del templo Jade, hogar del emperador. Al parecer, después de diez años, Zagal no ha perdido el gusto por la realeza. La familia Jade ha reinado el imperio desde hace más de mil años. El emperador actual lleva doce años en el poder y aún no tiene herederos. Difícil para un niño de catorce años claro está. Aún no sabemos por qué Zagal quisiera asesinar al emperador de Jade, pero es casi seguro que ese es su objetivo. Algunos de mis “cuervos” me han informado que Zagal se ha hecho muy amigo de los gremios de piratas y mercenarios que llevan miles de años al margen de las islas, desde que el imperio se reestableció. Debes detenerlo Lacros, a toda costa. Efrón te acompañara, Mish sabe lo que debe hacer.
                                                                                                                                                                     Unojo.”

Lacros terminó de leer la carta en voz alta y miró a sus compañeros.

-Un barco llamado “Serpiente Marina” zarpará mañana por la mañana – dijo Mish – deberán tomarlo para llegar a Yite, una de las islas centrales, luego desde ahí, tendrán que buscar la forma de llegar a Jade. Yo debo ir a Jazmín.

Lacros no dijo nada, solo se concentró en la carta mientras Mish y Efrón se ponían de acuerdo sobre los demás viajes. La mente de Lacros estaba intranquila, aún no comprendía como Unojo podía saber tan bien donde estaba él y donde estaba Zagal. Aún no confiaba del todo en Efrón y en Mish, ni siquiera en Derio y Nana. Sentía dudas sobre enfrentarse a Zagal y no estaba seguro de poder derrotarlo.

-¿Lacros, entendiste? – dijo Mish

-Sí, creo haber entendido.

Lacros pasó la noche en vela, observando por la ventana. Algo adentro de él lo incomodaba y en los últimos días no se había podido sacar de la cabeza la confesión de Ania hacía tantos años. Se preguntaba si Zagal se había enterado sobre su hijo antes de matar a Ania. Derio había dicho que él había tomado el cuerpo de Zagal, pero ¿en qué momento? Todo era muy confuso y sentía que alguien lo estaba engañando. Se sentía perdido.

Con cuidado se levantó, intentando no hacer ruido para no despertar a los hermanos. Salió a la calle y comenzó a caminar hasta la costa. Estaba oscuro y no había nadie en la calle. El silencio solo se rompía por el corretear de una rata bajo el muelle, o por algún gato que maullaba de vez en cuando. El mar se veía oscuro como la noche y la luna reflejaba su luz plateada sobre la superficie, haciéndola parecer una placa de Zafiros sólida.

-Nunca vi un mar tan tranquilo – Lacros volteó y a su espalda estaba Mish.

-No quería despertarte – dijo Lacros

-No lo hiciste, no podía dormir. ¿Qué sucede Lacros?

-Nada – respondió rápidamente.

-No confías en mí, Lacros,  y tampoco en Unojo o en Derio, ni siquiera en Nana. ¿Por qué aceptaste esto entonces?

-Unojo dijo que solo yo podía capturar a Zagal

-¿Y tú lo crees?

-No lo sé

-Lacros – Mish se acercó mucho a Lacros – Debes confiar en ti mismo antes de poder confiar en los demás. No estoy aquí para dañarte, y lo que ocurrió hace años no fue tu culpa.

La voz de Mish siempre había sido cálida y profunda. Lacros no podía evitar sentirse nervioso al escucharla. Además, Mish era una mujer muy atractiva, delgada y de piernas largas y morenas. Sus ojos eran hipnotizantes.

-Todo esto es tan confuso, Mish. Todo ha pasado tan rápido. No comprendo muchas cosas y siento que muchas otras me las ocultan.

-Es verdad Lacros, muchas cosas se nos ocultan, pero en tu corazón, tú sientes la verdad.

-Lo único que sé con seguridad es que quiero encontrar a Zagal.

-¿Tantas ansias de venganza tienes?

-No es venganza, es distinto.

Efrón miró por la ventana en ese momento. Vio a Lacros y a Mish en la costa hablando. Vio que Lacros explicaba algo y que luego Mish lo abrazaba.

-¿Tanto necesitas respuestas, Lacros?

-Diez años, Mish, diez años sin saber quién soy.

-Eres Sir Lacros, guardia real de Eris y Espada Juramentada del Castillo Azul.

Mish se acercó y besó a Lacros.  Efrón, sentado desde la ventana sonrió.