-¡Lacros derrotará a Zagal! –
Dijo Alejandra con energía.
Su abuelo la miró y le sonrió.
“Durante toda la noche no había
podido conciliar el sueño pensando en las palabras de Kua-Yi. Miraba por la
ventana, sentado en el piso sobre el colchón de plumas, apoyando la espalda
contra el muro de bambú, luego movía la mirada hacia su espada quebrada. Las
estrellas brillaban en el cielo despejado y el viento helado de una noche de
luna nueva entraba por la ventana, enfriando sus emociones. Se sentía
confundido y desorientado, muy dentro de él comenzaba a extrañar a las personas
que había perdido hace años y también a las que había pedido ahora. A quien más
necesitaba era a Balum… o a Mish.
-Con los herederos de Cui y Sol
perdidos, eres el único capaz de detener a Zagal
-¿Y tú?
-¿Yo? Yo estoy viejo.
-A penas sobreviví de mi último enfrentamiento con Zagal.
-Yo te entrenaré.
Kua-Yi lo había curado, le debía
su vida. Pero, ¿Quería seguir viviendo? Mish probablemente estaba muerta, al
igual que Nana. La fuerza
de Zagal había arrasado los puertos grises y todas las islas del imperio de
Jade. ¿Debía detenerlo? Era su destino como hermano de Zagal, como Dragón, pero
era un destino que le costaba aceptar. Zagal de un golpe había hecho pedazos su
espada y su orgullo. Su valor lo había abandonado.
Cuando amaneció, abrió los ojos
sin recordar haberlos cerrado. Salió de la habitación, esta vez con una sola
muleta y se reunió con Kua-Yi en el jardín. Las mujeres preparaban el desayuno
mientras el hombre alimentaba los peces del pequeño arroyuelo que cruzaba el
jardín. Lacros aún no había tomado una decisión, aunque algo dentro de él le
insistía en que aceptara.
-Jamás pensé que un hombre
dudaría en salvar al mundo – Dijo Kua-Yi cuando Lacros llegó a su lado.
-Perdí todo lo que tenía, ¿Qué
mundo puedo salvar?
Kua-Yi miró a Lacros y se dirigió
a la casa. Se sentó en el borde del balcón y le hizo una seña a Lacros para que
lo siguiera.
-Dime Lacros, ¿Qué es lo que ves
frente a tus ojos?
-Tu jardín.
-¿Qué hay en mi jardín?
-Flores… peces…
-Vida Lacros, en mi jardín hay
vida. ¿Qué pasa si dejo de alimentar a los peces o regar las flores?
-Morirán
-Y yo seré el culpable. Ellos
dependen de mí, sin saberlo. Pero yo lo sé. Los Dragones originales formaron
los imperios como sus propios jardines, en un principio en paz y armonía,
protegiendo y alimentando su pueblo. No todos conocían a los Dragones, pero no
por eso ellos los olvidarían. Si dejas que Zagal cumpla su cometido, ¿Qué te
hace mejor que él?... serás tan responsable como él de los muertos por esta
guerra y sobre todo de la de tus amigos. Nuestros actos desinteresados son los
más importantes.
¿Podría llamarlos amigos? Los
había conocido por poco tiempo pero habían sido las primeras personas
agradables con Lacros en muchos años. De pronto el rostro de Mish pasó por su
mente.
Solo se escuchó el sonido del
agua del riachuelo y la pileta por un momento, hasta que los pasos delicados de
la joven que vivía con Kua-Yi se acercaron. Lacros la observó un momento, y
luego a Kua-Yi.
-Ella no es mi hija, Lacros. Es
hija de mi esposa y un pirata de Jade que se tomó el derecho de ponerla en el
vientre de mi mujer contra su voluntad. Luego el pirata le cortó la lengua a mi
esposa. Pero la he criado como mi hija y jamás dejé sola a su madre.
-¿Perseguiste al pirata?
-No. Yo estaba en la guerra de
unificación y cuando regresé me encontré una mujer muda y una niña en sus
brazos. Al menos puedo devolver una vida digna al mundo, por todas las que tomé
durante la guerra.
Lacros volvió a observar a la
joven. Debía ser un poco menor que él, quizás unos cinco años más o menos.
Había notado que Kua-Yi la trataba con cariño, al igual que a su esposa. La
joven dijo unas palabras en el idioma verde de Jade.
-El desayuno – Kua-Yi sonrió.
-Kua-Yi – Lacros lo detuvo
mientras se levantaba - ¿Seré capaz de derrotarlo?
-Una vez se me dijo que jamás
tendría hijos y hoy frente a mí, está mi hija.
-Acepto Kua-Yi, entréname.
Luego del desayuno, Kua-Yi guió a
Lacros por un camino detrás de la casa. Fueron a paso lento, al paso que Lacros
podía alcanzar con la muleta. Llegaron hasta un salto de agua, donde nacía el
arroyuelo que cruzaba el jardín.
-Tu cuerpo está muy dañado para
entrenarlo, pero tu mente debe fortalecerse también. El agua ayudará a sanar tu
cuerpo y te dará la oportunidad de entrar en tu mente.
Lacros, siguiendo las
indicaciones de Kua-Yi, se sacó la camisa de seda y se sentó bajo el salto de
agua. Al principio, el agua estaba fría, tanto que su cuerpo comenzó a tiritar
sin control. Sentía que los huesos se le congelaban y los músculos se
endurecían. No soportaba más de unos minutos cuando pedía que lo sacaran.
Kua-Yi le dejaba descansar solo un momento antes de indicarle que lo intentara de
nuevo. Buscaba la concentración, pero en su cabeza solo encontraba el frío del
agua y su cuerpo se volvía loco nuevamente.
-Debes concentrarte Lacros, busca
en tu mente el calor.
Lacros cerraba los ojos y
comenzaba a vagar en sus propias ideas, pero el frío comenzaba a afectarlo y lo
sacaban de sus pensamientos para arrojarlo al agua nuevamente. El primer día
fue un desastre. Lacros se pasó toda la mañana y la tarde intentando mantenerse
bajo el salto de agua. El segundo día no fue muy distinto al primero.
Ya había pasado una semana cuando
Lacros decidió salir por la noche mientras Kua-Yi dormía. Ya lograba caminar
sin las muletas aunque a veces perdía el equilibrio. Se metió en el agua y nadó
un momento, flotando de espalda y mirando las estrellas. Luego contempló el
salto de agua. Se sentó bajo él y comenzó a pensar en todo lo que había
ocurrido desde aquel día en que Gaudo entró al bar y junto a su hermano lo
sacaron a golpes de ahí. Recordaba los golpes y el viaje con el saco de harina
en la cabeza. Abrió los ojos de golpe; estaba seguro que estaba inconsciente
mientras lo arrastraban con Unojo. Volvió a cerrar los ojos y retrocedió en sus
recuerdos mucho más, al día en que Zagal asesinó a Ania.
-Siempre tarde Lacros – Dijo
Zagal mientras limpiaba la sangre de Ania de su espada – Al igual que en el
Ruby. Me prometiste que volverías mientras la flecha perforaba mis entrañas.
-Volví, estabas muerto – gritó
Lacros.
-¿Estaba?, no seas iluso Lacros,
sigo muerto, ¿que no ves? – Zagal le mostró la herida.
Lacros se lanzó contra Zagal.
-Lo que está muerto… - dijo Zagal
– jamás volverá.