-No quiero que Lacros muera
abuelo…
-Eso está fuera de nuestras manos,
Alejandrita.
“Lacros desenfundó lentamente su
espada, dejando al descubierto el brillo gastado de su compañera de peleas
desde que era un guardia real. Zagal, sin decir una palabra, sin mirar siquiera
a Lacros, terminó de limpiar la espada y comenzó a bajar lentamente las escaleras.
Cada paso hacía resonar su armadura de placas. La armadura blanca de la guardia
real, brillante como si fuese nueva.
Lacros comenzó la danza,
caminando en círculos alrededor de Zagal, como un lobo antes de enfrentarse a
un enemigo. Zagal, aún con los ojos cerrados, sonriendo, no se movía. Lacros
tomó posición de ataque desde la espalda de Zagal, pero este ni siquiera se
movió.
-¿De verdad piensas que me puedes
derrotar, Lacros?
-Debo derrotarte… ¿Por qué Zagal?
éramos hermanos y tú la asesinaste. Juramos protegerla de todos los males y
fuiste tú quien la hiciste derramar su sangre.
-Nunca lo entenderías Lacros – el
tono de voz de Zagal era burlón, como si le hablara a un niño – pero si has
llegado hasta acá no ha sido solo ¿verdad? ¿Qué se siente ser un títere toda la
vida, Lacros?
-¿De qué hablas?
-Ania murió por que debía morir,
su padre murió para construir un mundo mejor y no debía quedar marca de su
sangre en la tierra…
-¿Y tu hijo? – lo interrumpió
Lacros.
-¿De qué hablas?
Zagal abrió los ojos. Lacros
aprovechó el momento para atacarlo rápidamente, pero Zagal era demasiado rápido, demasiado fuerte. No
solo detuvo la espada de Lacros, sino también la hizo pedazos de un golpe.
Lacros cayó al piso, con las manos adoloridas y las palmas rotas. Zagal se
agachó poniendo la rodilla en su pecho y lo tomó del cuello.
-Eres un inútil y siempre lo has
sido Lacros, desde que éramos pequeños, jamás pudiste hacer algo sin que yo te
ayudara. Pero Ania te eligió a ti como su guardia personal y yo solo fui uno más
en la guardia real.
-Ella… - Lacros apenas podía
respirar – Tu hijo…
-¡Explícate! – Zagal comenzaba a
desesperarse. La ira comenzó a apoderarse de él.
-Ella tenía… a tu hijo… ella te…
amaba… no a mí… a ti…
-¡Mientes! – Zagal le dio un
fuerte golpe en la cara – ella solo me
utilizó, como me intentó utilizar mi padre, como a ti te utiliza Unojo. ¿Crees
que no lo sé Lacros?, siempre lo he sabido. La farsa de la revolución, como
Unojo traicionó a mi padre. Es guerra lo que querían, pues guerra les estoy
dando.
Lacros se sentía confundido y
mareado. El golpe y la falta de aire no le dejaban ganar fuerzas y las palabras
de Zagal rebotaban dentro de él, enredando más aún todos los hechos que habían
ocurrido en los últimos meses.
-¡Suéltalo! – Efrón entró por la
puerta del salón del emperador.
Zagal lo miró y volvió a sonreír.
Luego miró a Lacros, que casi perdía la conciencia por la falta de aire. Se
levantó y tomó su espada. Lacros comenzó a toser sin poder recuperar el aire.
Efrón atacó a Zagal pero éste detuvo todos sus ataques.
Efrón era un gran guerrero,
rápido y fuerte, pero frente a Zagal era como si fuese solo un aprendiz. Zagal
detenía todos sus golpes y lo hacía perder el equilibrio con pequeños
empujones. Lacros logró ponerse de pie, con todo el mundo girando a su
alrededor.
Zagal y Efrón se movían demasiado
rápido por el salón del emperador. Lacros recogió su espada rota y se lanzó
contra Zagal, pero éste lo detuvo sin mayor problema mientras empujaba a Efrón.
Lacros seguía mareado. El golpe que le había dado Zagal había sido demasiado
fuerte.
-Me cansé de esto – dijo Zagal.
Zagal le rompió el brazo a Lacros
y lo empujó, dejándolo una vez más tendido en el piso. El grito de Lacros
resonó en todo el salón. Cuando levantó la mirada, vio a Zagal tomando por el cuello
a Efrón. Lacros no alcanzó si quiera a levantarse cuando Zagal atravesó su
espada en el estómago de Efrón y la sacó por su costado, haciendo pedazos las
costillas y la carne. Efrón murió antes de llegar al piso.
Zagal ahora se acercaba a Lacros.
El dolor y el agotamiento le impedían levantarse. Zagal puso su pie sobre el
brazo roto de Lacros, haciéndolo retorcerse de dolor.
-Ania… te amaba – dijo Lacros con
la respiración entrecortada – ella tenía a tu… hijo… en su vientre.
Zagal no decía nada, solo miraba
con ira a Lacros.
-Yo… debía protegerte…
-Unojo te engañó, hermano – Zagal
giró el pie, haciendo pedazos los trozos de hueso en el brazo de Lacros
– Así
como también me engaño a mí. Unojo es un traidor, igual que mi padre.
Zagal levantó la espada por sobre
el pecho de Lacros.
-Estaba… embarazada… era… tuyo
Lacros vio como una lágrima se
asomaba en el ojo de Zagal. Luego, con un movimiento lento, Zagal bajó su
espada atravesando el pecho de Lacros, sacó su espada rápidamente y limpió la
sangre. Tres piratas entraron en ese momento al palacio.
-Quémenlo todo – Dijo Zagal.
Lacros sintió el calor de las
llamas danzando a su alrededor. La sangre salía de su pecho y estaba rodeado
por el infierno. Apenas podía abrir un ojo. Vio el cadáver de Efrón arder,
totalmente envuelto en las llamas que consumían el palacio. No se podía mover.
-Ania – dijo en voz baja.
Cerró los ojos y sintió que
alguien lo arrastraba. Abrió un ojo lo más que pudo y vio como el piso bajo él
se movía. Luego, el cansancio lo derrotó de nuevo. De vez en cuando lograba
abrir un ojo y veía pies a su alrededor, luego sintió el aire frio del
exterior, una voz que lo llamaba, sombras a su alrededor que se abalanzaban
sobre él y luego desaparecían; el pasto frío en su espalda, alguien que lo
levantaba y la fría muerte entrando a su cuerpo. El cansancio y la falta de
sangre le ganaron a sus fuerzas y al recuerdo de Ania, cerró los ojos y se dejó
llevar. La última imagen que tuvo fue el palacio de Jade ardiendo, la ciudad más
grande del imperio en ruinas y la bandera de Eris en una galera que aún atacaba
pequeños barcos. Cerró los ojos.
FIN DEL PROLOGO…
CONTINÚA “LA ESPADA DEL OESTE”.
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