martes, 26 de febrero de 2013

CAPITULO VII: EL SUEÑO

-¿Lacros se sentía solo, abuelo?

-Lacros jamás había tenido una familia. Lo único que conocía como padre era a Balum. Pero Zagal había sido como su hermano, crecieron juntos y jugaron juntos hasta tener la edad para levantar la espada por el rey. Luego, lucharon juntos, casi como un espejo del otro.

"Lacros se adelantó mientras Mish y Efrón saludaban a Nana y a Derio, quien estaba muy complacido de que el hermano de la vidente de piel oscura se uniera a ellos. Lacros subió el puente del barco, agotado y se dejó caer en una de las camas en la habitación de Derio.  Intento no cerrar los ojos, pero la luz lentamente se fue apagando hasta quedar totalmente escuro viendo solamente la oscuridad detrás sus parpados.

Cuando abrió los ojos vio el cielo azul, decorado de nubes blancas. Estaba tendido en la hierba fresca, algo 
húmeda por la nieve que había caído por la noche y se había derretido por la mañana. La sombra de los arboles le decía que era tarde, cerca del atardecer.

Cuando se movió, un sonido extremadamente familiar lleno el silencio. Estaba vestido con una armadura de placas, pero no cualquier armadura, si no la armadura blanca de la guardia real de Eris y del castillo Azul. Se sentó y observo a su alrededor. Estaba en los jardines del castillo Azul, lugar que conocía como su propia palma, pero que no había visto desde aquel día en que su hermano de espada asesino a su princesa.

Cerca de las piletas de aquel jardín, sentada en el borde, estaba Ania, vestida con su hermoso vestido blanco de perlas azules. Llevaba el cabello recogido con una redecilla con diamantes, pero algunos mechones de su cabello anaranjado escapaban, decorando la fina forma de su rostro. Su piel blanca relucía con el brillo del agua, mientras hacía pequeñas ondas en la superficie, con leves caricias de sus dedos delgados. Sonreía al sentir las pequeñas gotas de agua que volaban con el viento desde los chorros de la pileta. Tenía los labios humedecidos por el roció.

Lacros dio un paso hacia ella. Ania giro su cabeza y lo miro con ternura. Le hizo gestos para que se acercara. Ania jamás levantaba la voz, era muy raro escucharla gritar, incluso cuando lloraba. Lacros se acercó primero con pasos lentos. Miraba a su alrededor, impactado por la belleza y los colores que una vez había perdido y ahora veía tan cerca de él una vez más.

Cuando ya estaba a una distancia en que podía hacer escuchar su voz por sobre el sonido del agua, Ania sonrió a Lacros, pero en sus ojos se veía preocupación.

-Siéntate Lacros, gracias por venir

-Princesa, estoy a su servicio

-No hoy Lacros. Recuerdas como eran las cosas cuando éramos niños; Tú, Zagal y yo. Desde que juraron su espada, extraño a mis hermanos.

-Prince… Ania, sabes que siempre estaremos a tu lado.

-Sí, lo se Lacros, solo que a veces desearía no ser una princesa, si no, una de ustedes de nuevo.

-Siempre lo hemos sido, siempre será…

-No Lacros – Ania lo interrumpió y le sonrió – Siempre has sido inocente Lacros y bien intencionado. Espero que algún día comprendas que eso no siempre es bueno. Eres una hermosa persona y agradezco todos los días de que estés a mi lado. Mas halla que seas mi guardia personal, como yo te elegí, eres mi amigo.

-Siempre lo seré.

-Sí, siempre lo serás. Por eso hoy te necesito más que nunca. Debo contarte algo Lacros.

Ania se sonrojo y bajo la mirada. Lacros comenzó a sentir la incomodidad del aire tenso. El mundo comenzaba a perder sus colores y parecer cada vez más opaco. Ania se acercó a Lacros y lo abrazo con fuerza. Hacía años que Ania no demostraba su cariño de esa manera, desde que Lacros y Zagal habían jurado como guardias y Ania pasó de ser su hermana y compañera de juego a la princesa que debían proteger a toda costa.

-Es de él – dijo Ania en voz baja, con gotas de tristeza en la garganta y lágrimas en las mejillas.

Lacros se puso de pie. Ania seguía sentada. Lacros comenzó a caminar en pequeños círculos, sin alejarse de Ania. El personaje del guardia real comenzaba a quedar detrás del hermano de toda la vida, del amigo incondicional, pero no, de eterno enamorado.

-Ania… yo… - Lacros se detuvo en su frase.

La tención  lo impulsaba a confesar los sentimientos que había ocultado durante años por honrar al deber, pero su razón le decía que sería el momento menos adecuado. En su mente había ganado esa batalla mil veces, en sus sueños, en sus más profundos anhelos. Había preferido observarla y suspirar antes de quitar su honra y darle un futuro incierto. La amaba, como a nadie en el mundo, pero ella era de otro.

-No digas nada Lacros, tampoco se lo digas a Zagal, él no sabe nada.

-Deberías decírselo, él es el padre de lo que tienes dentro. Como puedo ocultarle esto al rey, mi deber es servirlo a él.

-¡Deja de ser un guardia de mi padre por un momento y vuelve a ser mi hermano, mi amigo! – Grito Ania.

Lacros quedo impresionado. Jamás había visto la ira y la desesperación en Ania. Siempre sus emociones habían sido tenues sombras que rondaban sus ojos.

-No sé cómo podre decirle esto a mi padre. No sé cómo explicárselo a Zagal. Dentro de dos días ustedes 
partirán a defender el Ruby y puede que no regresen. Lacros, protégelo por favor, hazlo por mí, has que Zagal regrese, yo lo amo y lo necesito; por favor, no dejes que nada le ocurra a Zagal en el Ruby.

El corazón de Lacros se endureció y oculto su amor por Ania una vez más.

-Zagal me ama, yo lo sé y cuando regresen del Ruby, juntos se lo diremos a mi padre. Soy la heredera de Eris y este es mi deseo, caballero, por favor, no me falles.

-Nunca te fallare Ania… nunca le fallare princesa.

Lacros bajo una rodilla en señal de su juramente y bajo el rostro escondiendo las lágrimas fantasmas que jamás estuvieron allí, pero que el sintió como empapaban su rostro.

Lacros abrió los ojos. Aun se encontraba en el camarote de Derio. Mish estaba sentada observándolo. Lacros se sentó en la cama y miro directamente a los oscuros ojos de Mish.

-Desde la primera vez que te vi Lacros, note esa desesperante angustia en tus ojos, pero tus actos no la 
demuestran hasta cuando estas dormido.

-No puedo dormir bien, es cansancio.

-No Lacros, es angustia, tristeza y humillación. A mí no me puedes engañar Lacros, y menos a ti mismo y mientras no puedas reconocer aquellos sentimientos dentro de ti, jamás lo superaras y siempre serán un peso que no te dejara dar todo de ti. En este estado nunca derrotaras a Zagal. Dime Lacros ¿Qué es lo que te duele tanto?

-No lo entenderías… yo – Una lagrima golpeo el piso de madera.

Lacros no había llorado de esa manera desde que vio a Zagal morir en el Ruby. Desde ese día se sintió derrotado, aun cuando la victoria fue para la armada del rey. Luego de la batalla del Ruby, Lacros no puso mirar a los ojos a Ania, hasta dos días después de regresar, cuando Zagal apareció frente al trono.

Mish se levantó de la silla y se sentó junto a Lacros. Los rodeo con los brazos y lo guio a que apoyara la cabeza en sus piernas. Una vez ahí, Lacros dejo correr sus lágrimas silenciosas, mientras Mish paseaba sus finos dedos en el cabello del guerrero.

-Se debe ser valiente para enfrentar a los enemigos, pero más valiente se debe ser para enfrentarse a uno mismo – le dijo Mish.

-Yo la ame, Mish – Lacros se sentía débil, pero a la vez, seguro – La ame y le falle."

viernes, 22 de febrero de 2013

CAPITULO VI: BOROS


-¿Lacros y Zagal eran hermanos?
-No solo la sangre te da hermanos, Alejandra. Los sueños, las metas y los anhelos también te pueden llevar a tener hermanos que morirían y vivirían por ti…

“El Sombra Espumosa se detuvo en los puertos de Sangre de Boros. La ciudad de Boros era uno de los principales centros de comercio de la región. Todo lo que viajara desde Eris hasta Jade y viceversa, primero pasaba por la desértica ciudad de Boros.

El sol se mantenía fuerte en lo más alto del cielo, eliminando cualquier sombra en la ciudad. Comerciantes de todas partes del mundo se reunían bajo los techos de tela color crema, anunciando sus productos y regateando con los compradores. Lacros y Mish fueron a recorrer la ciudad mientras Derio descargaba  mercancías del barco y Nana se refugiaba del sol en los camarotes más bajos del barco.

-Boros es muy similar a mi tierra natal – dijo Mish para romper el silencio que se mantuvo durante buena parte del camino.

-¿De dónde vienes, Mish?

-Vengo de Kalim-ha, cruzando Jade y los ríos Gemelos, más allá de los antiguos imperios muertos. Es una tierra desértica y cruel, pero se dice que allí pisaron los primeros hombres y que luego se esparcieron por el mundo.

Boros en realidad era un montón de casas color ocre, cuadradas, puestas una junto a otra dejando pequeños callejones entre cada una y cada dos casas, un paso más ancho que serían las calles principales. Muchos de los habitantes se refugiaban del calor en aquellos callejones. Los habitantes de Boros eran de piel oscura como el ébano o morenas como el trigo tostado. La armadura de Lacros se había trasformado en un horno, mientras que Mish parecía muy cómoda bajo el inclemente sol.

-Estás empapado Lacros, será mejor que te busquemos ropa – dijo Mish

-No es necesario…

-No me alegues Lacros – Mish soltó una risa entre dientes – con esa armadura y las prendas de lana te desmayarás bajo este sol.

Parecía que el calor de Boros le dio una nueva energía a Mish. En Eris, el verano era frío y el invierno duro. Muchos viajeros decían que el clima hace la personalidad de la gente y los pobladores de Eris eran como su clima, serios, oscos y huraños, como Lacros; totalmente distintos a los hombre de las islas como Derio o los que venían de más allá de Jade, como Mish.

Mish se paseaba de un puesto mercante a otro, alegando a viva voz, moviendo las manos en el aire, discutiendo con los vendedores y comprando mientras mostraba su coqueta sonrisa. A veces hablaba en lenguas que Lacros no lograba entender. Lacros logró ver un grupo de hombres armados en uno de los callejones, que miraban fijamente a Mish mientras ella bailaba entre los puestos mercantes.
Lacros se puso alerta sin dejar de observar a los hombres del callejón, pero Mish le llenaba los brazos y las manos de prendas de ropa. En el momento que Mish lo llamó para que viese un chaleco de piel, los hombres desaparecieron.

Después de unos cuantos puestos mercantes más, Lacros vestía pantalones delgados café, zapatos de suela dura, una camisa suelta color arena, ajustada por un fajín negro. Conservó el cinturón de cuero del que colgaba su espada.

-Ahora sí, ¿te sientes más cómodo?

-Sí, la verdad que sí. Mish, regresemos al barco – Lacros no escondía su preocupación.

- ¿Qué sucede?

De pronto estaban los dos solos en la esquina de la calle. De los callejones salieron un grupo de hombres, todos armados pero vestidos con ropas comunes. Todos eran morenos como los granos de café. Uno llevaba el cabello largo, suelto, que le llegaba hasta la cintura y entre los gruesos labios y los dientes blancos, llevaba un cigarrillo verde. El segundo era calvo, pero tenía una larga trenza en la barba, teñida de color azul. Ambos, musculosos, con espadas curvas y un corvo en el cinturón. Detrás de Lacros apareció un hombre delgado y alto, con el pelo en pechones apelmazado. Un cintillo en la cabeza evitaba que los mechones le taparan el resto. Llevaba un chaleco teñido de colores y unos pequeños lentes redondos de cristal oscuro. A su lado, un hombre alto y gordo, de torso desnudo llevaba una maza en el cinturón. El gordo era calvo y lampiño.

-Hermano, mejor me entregas tu espada y a la morena – dijo el delgado de lentes.

Lacros desenfundó y trató de moverse para tener a los cuatro enfrente y a Mish detrás de él. Los cuatro hombre se echaron a reír y los dos musculosos desenfundaron las espadas curvas. El de cabello largo caminó, siempre mirando a Lacros y le entregó el cigarrillo al hombre de lentes. El hombre de lentes lo encendió y fumó hasta que sus pulmones se llenaron.

-Mátenlo – dijo manteniendo el aire y entregándole el cigarrillo al hombre gordo.

El hombre de pelo largo se lanzó directo a Lacros, pero éste lo esquivó rápidamente. Sin la armadura y con ropas tan livianas moverse era sumamente fácil. Los otros tres hombres soltaron una enorme carcajada cuando el hombre de pelo largo se dio contra el muro al otro lado de la calle.

-Quédate atrás de mí- le dijo Lacros a Mish.

El calvo de barba comenzó a pasear su espada de una mano a otra. Lacros notó que no eran hombres entrenados. Sus movimientos eran torpes y lentos, derrotarlos no sería problema. El calvo atacó y Lacros lo esquivó hacia un lado, golpeándolo con el mango de la espada en la espalda. El calvo dio unos saltos intentando mantener el equilibrio, pero fue inútil y cayó en el adoquín caliente. El hombre gritó y soltó la espada, mientras se escupía en las manos y las agitaba. El escandalo hizo que varias personas se asomaran a las ventanas; incluso los ebrios de un bar al final del callejón se acercaron a mirar. En los callejones cercanos al puerto jamás había guardias de la ciudad, a menos que algún barco importante estuviera en el puerto. En ese momento solo había galeras pesqueras y el Sombra Espumosa.

El hombre de lentes parecía molesto. Esta vez no había carcajadas. El gordo se acercó a Lacros, acorralándolo junto con los otros dos.

-¡Mátenlo dije! – repitió el hombre de lentes y volvió a fumar.

Los tres hombres se lanzaron al ataque. Lacros esquivó a uno, detuvo el golpe del segundo y quedó abierto a recibir el golpe del tercero, pero éste jamás llegó. Lacros miró a su lado. El hombre gordo había dado contra una espada que no era suya. La piel del guerrero que ayudó a Lacros era negra como el ébano. Llevaba el cabello largo, amarrado en una cola que caía en espirales cerrados. Llevaba una espada muy delgada y larga; y vestía ropas parecidas a las de Lacros en ese momento, pantalones anchos, sandalias de cuero y una camisa ajustada por un fajín.

-Tres contra uno y aun así no logran ganar – dijo el guerrero, empujando al gordo.

Mish se corrió hacia la multitud que se reunía encerrando a los ladrones y a los guerreros. Lacros juntó la espalda con el guerrero de piel oscura, quedando con los tres matones a su alrededor, pero bastó solo un movimiento para derribar a dos. Lacros golpeó con fuerza al ladrón de pelo largo y su compañero derribó de una patada al gordo, luego de detener el golpe de su maza con la espada.
El hombre de lentes se puso nervioso y escupió el cigarro al piso. El ladrón de barba azul, aún en pie, bajo la espada y corrió entre la multitud. El de lentes, al verse solo, lo siguió, dejando a sus dos compañeros abandonados en la mitad de la calle. El guerrero de piel oscura enfundó su espada y sacó unos lentes pequeños y redondos, de cristal oscuro y se los puso.

-Eso estuvo cerca – le dijo a Lacros.

-Gracias por la ayuda…

-Efrón...

-Hermano – Mish miraba desde la multitud que se disipaba. 

martes, 19 de febrero de 2013

CAPITULO V: EL BRUJO DEL ESTE


-Abuelo, ¿Lacros quería comenzar su viaje?

-Lacros no sabía qué camino debía seguir su vida. Él había sido Espada Juramentada desde joven y antes de eso, sus recuerdos se reducían a entrenar junto a Balum y luego ser estudiante de la guardia real… jamás había vivido por si mismo.

“Lacros y Nana miraban como el Sombra Espumosa atracaba en el puerto Gris. Todos los marineros que vieron acercarse al barco escupieron maldiciones y se alejaron. Algunos incluso advirtieron a Lacros de aquel barco, diciendo que su tripulación era siniestra. Muchos decían haber visto al Sombra Espumosa hundirse y encallar más de una vez. La mayoría estaba de acuerdo que en su tripulación había un brujo de tierras lejanas, un brujo que rendía culto a dioses extraños de muchos brazos y con rostros de animales. En Eris, cuando el Viejo Reino se instauró y unificó los cientos de pequeños poblados que formaban el territorio, se estableció como credo único la fe del Dios de Las Nubes.  Muchos brujos y chamanes de los dioses antiguos fueron perseguidos y quemados por herejía. La Revolución quiso reinstaurar la fe en los dioses antiguos, pero fue una de las tantas cosas en donde la falló. Para Lacros, al final de cuentas, el Viejo Reino y la Revolución, eran lo mismo, solo que con diferentes reyes. Luego, cuando comenzaron los viajes al este, hacia el reino de Jade, más allá del mar de gusanos,  las incursiones de la Revolución, se toparon con nuevas creencias extrañas y misteriosas. La gente de Eris se volvió supersticiosa.

El Sombra Espumosa lanzó el ancla y levantó el puente. Uno a uno, los marineros extranjeros bajaron del barco. Todos eran calvos y de piel negra como el ébano. Comenzaron a descargar cajas con condimentos y hierbas exóticas. Uno de los marineros se acercó a Nana y le habló en una lengua que Lacros no entendió.

-Debemos subir – le dijo Nana a Lacros.

Nadie les prestó atención mientras subían el puente. Uno de los marineros, con una espada curva colgando del cinturón, les abrió una puerta y les indicó, con mucha educación, que entraran.
Era el cuarto del capitán, que estaba sentado en una silla de cuero y plumas, observando un mapa, mientras otra persona, irreconocible si hombre o mujer, tapado totalmente con una capa negra le indicaba un camino entre los dibujos.

-Derio – dijo Nana acercándose más rápido al capitán.

El capitán, un hombre delgado y de cabello largo negro, tenía un gastado parche en su ojo izquierdo y la barba delgada y larga, en una trenza. Lacros lo reconoció de inmediato.

-Capitán… Derio… - Tartamudeó Lacros.

-Nana… Lacros, estás hecho todo un hombre – Dijo el capitán levantándose y dándole un abrazo a Nana.

Lacros estaba en totalmente sorprendido. Había conocido a Derio en el Castillo Azul, hacía muchísimos años, al menos unos veinte, pero parecía como si el hombre no hubiese envejecido ni un solo día. Lacros estaba tan impresionado que apenas pudo responder el saludo.

-Así es que el viejo Unojo te logró convencer – dijo Derio con su extraño acento -  le debo un barril de cerveza entonces, jamás pensé que aceptarías. ¿Pero dónde están mis modales?, Nana, Lacros, déjenme presentarles a Lady Mish-Ra, señora de la tierra de los ríos.

Lady Mish-Ra se sacó la capucha dejando ver su larga cabellera oscura como la noche. Su piel era dorada como el trigo y sus ojos brillantes y azulados como el cielo nocturno antes del amanecer.

-Sir Lacros, es un honor conocerlo después de tanto escuchar de usted – Su voz era profunda y ronca, muy seductora – Maestra Nana, me alegra verla de nuevo.

-No pensé que vendrías con Derio, Mish – dijo Nana más animada que cuando subió - ¿Qué se ha visto por las costas?

-Miles de cosas – respondió enseguida Derio – las sombras se mueven por el norte y comienzan su avance hacia el sur. Los marineros hablan de Krakens en el mar de gusanos, como los de antaño y otros hablan de Dragones ya extintos vigilando las costas de Anis y de Burbon.

-¿Anis? ¿Burbon?, eso solo está al sur del límite de Eris – Respondió Nana

-Son solo rumores. En nuestro viaje, uno de los “silenciosos” dijo ver tritones en los costados de la nave.

-¿Dragones? ¿Krakens? ¿Tritones? – Lacros no soporto más e interrumpió exaltado – Son solo leyendas de los tiempos de los antiguos dioses. ¿Y cómo es que ella sabe de mí? ¡Explíquenme que está ocurriendo, ahora!

Nana intentó calmar a Lacros y Derio le ofreció un asiento.

-Unojo no te explicó nada, ¿verdad? – Le pregunto Derio a Lacros

-Solo que debo encontrar a Zagal.

-Como siempre Unojo dejando el trabajo difícil a otros – Derio se sentó frente a Lacros – Esto comenzó hace muchos años Lacros.

Cuando Lacros aún era un niño, comenzó un movimiento llamado La Revolución, que atentaba contra el orden impuesto por el Antiguo Reino. Lo que buscaba ese movimiento, era la independencia de algunas provincias de la corona y la recuperación de la antigua cultura de Eris. Los líderes de esa revolución eran cinco. Entre esos cinco se encontraba Balum, Derio, Unojo y Nana. El quinto era el gobernador bajo la ley de la corona, Sirus Malblack, el padre de Zagal.

El plan de Sirus era muy distinto al de los otros cuatro líderes. Sirus quería la corona para él mismo, y para ello entregaría a su hijo a la guardia real y luego, usaría el poder del ejército real contra el rey. Pero Balum lo descubrió y adoptó a Lacros, un huérfano de las calles de Eris. Balum sabía que Sirus descubriría el plan de Balum y escapó con el huérfano para entrenarlo en las artes de la guerra. Zagal había sido entrenado desde que aprendió a caminar, y su origen noble le aseguraba un puesto entre los más altos rangos del ejército del rey. La única manera de detenerlo era que otro tomara el lugar de Zagal. Fue así como ocurrió. Antes de que su plan se concretara, Sirus enfermo gravemente y murió. Zagal no mostraba indicios de la codicia de su padre y los cuatro líderes de la Revolución dejaron de prestarle atención, confiando en que las habilidades de Lacros serían suficientes para distraer a Zagal de cumplir los sueños de su padre. Pero todo cambió en la batalla del Ruby.

-Cuando se nos informó de la muerte de Zagal pensamos que el riesgo de otro tirano había desaparecido. Concentramos la Revolución en la gente y en surgir como habíamos planeado diez años antes, desde el conocimiento y el saber – dijo Nana después de que Derio introdujera a Lacros – luego, Zagal apareció en el castillo Azul y asesinó al rey y a su hija.  En el caos, los generales de la Revolución olvidaron su norte y nosotros cuatro nos retiramos, aprovechando nuestro incognito.

-La Revolución murió ese día y ahora somos reinados por un hombre que se hace llamar líder de un movimiento muerto. Pero lo que de verdad nos comenzó a preocupar fue Zagal – Dijo Derio – Estábamos seguros de que él había muerto en el Ruby, yo mismo lo comprobé. Cuando su cuerpo desapareció de mi barco y me llegó la noticia del asesino de reyes, supe enseguida que algo andaba mal.

-Creemos que lo que hizo regresar a Zagal de la muerte, tiene que ver con Sirus. El padre de Zagal no murió de forma normal – Dijo Nana – y la búsqueda de su salud lo hizo recurrir a medios oscuros y prohibidos incluso por los antiguos dioses.

-Pensamos que algo despertó en el mundo – Interrumpió Mish-Ra – leyendas de mi pueblo hablan de un guerrero sin honor que regresa de la muerte y desata la oscuridad en el mundo. En estos diez años, desde que Zagal desapareció después de asesinar a su rey, los rumores de la antigua magia que había desaparecido se han esparcido por todos los rincones del mundo. Yo soy prueba de la misma.

-¿A qué te refieres? – Pregunto Lacros, conmocionado aún por todo lo que escuchaba.

Mish-Ra se acercó y puso sus manos en el rostro de Lacros. Frente a los ojos de Lacros comenzaron a correr imágenes de fuego y destrucción. Por más que cerrara los ojos, las imágenes penetraban en su cerebro, mostrándole caos, muerte y plagas. Muertos levantándose de sus tumbas y sombras del mundo antiguo avanzando desde el norte. Cuando Mish-Ra soltó a Lacros, este estaba empapado en transpiración.

-¿Qué fue eso? – pregunto Lacros tembloroso

-Has visto el futuro Lacros – Dijo Mish-Ra – has visto que ocurrirá si Zagal no es devuelto a donde pertenece.

-Es imposible… eres una bruja… ¿Cómo es posible?

-Lo que alguna vez el Dios de las Nubes negó ha regresado, Lacros – Dijo Nana, poniendo su mano sobre el hombro de Lacros – Y si es así, el único que puede detener a Zagal es su hermano… tú Lacros. Sirus jamás tuvo más hijos, pero tú eres hermano de espadas con Zagal… ambos son Espadas Juramentadas. Espadas del rey de Oeste.



viernes, 15 de febrero de 2013

CAPITULO IV: SOMBRA ESPUMOSA.


-¿Quiénes eran los papás de Lacros, abuelo?
-Lacros jamás los conoció.
-¿Cómo yo?
-Si Alejandra, como tú. Pero con la diferencia de que a ti, tu padre te dejó conmigo. Balum recogió a Lacros de las calles cuando aún era un bebé, y le enseñó todo lo que pudo…

“El cuerpo muerto cayó pesadamente frente a la taberna, golpeando la puerta y dejándola salpicada de viseras y sangre. Lacros salió rápidamente, con la mano en la empuñadura de la espada. La anciana salió detrás de él.

-Me dijeron que buscabas a Zagal – dijo un hombre extraño parado frente a la taberna, mientras limpiaba una gran maza, sacando los trozos de carne.

Lacros miró el cuerpo. Tenía la cara despedazada por el golpe de la maza, pero aún se veía su brillante calva y la ausencia de una de sus orejas.  Lacros se agachó y tocó la sangre de su compañero muerto. Pasó la sangre por la empuñadura de su espada y la desenfundó. El hombre de la maza era gordo y alto, más alto incluso que la puerta de la taberna. Lacros comenzó a dar pasos a su alrededor. El hombre se movía al mismo ritmo que Lacros, creando el mismo circulo que él.

-Nadie que busque a Zagal tomará un barco hoy – dijo con voz profunda y oscura.

Lacros no dijo ni una palabra, solo continuaba caminando. Observaba la maza con atención. Parecía pesada, un golpe de ella seria mortal, y Gaudo jamás había sido rápido o ágil.

-¿Dónde está Skair? – rompió el silencio Lacros.

-Lo mande con Unojo – dijo el hombre riendo.

Lacros dio un paso adelante, cerrando el círculo unos centímetros. El hombre comenzó a agitar la maza en el aire, preparando el ataque. En un parpadeo el enorme gigante de carne avanzó y golpeó el suelo con fuerza, justo al lado de Lacros, quien logró evadirlo con dificultad, cayendo en la puerta de un almacén de pescado.

-¿Éste es el gran Lacros, la Espada Juramentada del castillo azul? Zagal de verdad te sobreestima.

Lacros se paró rápidamente. Al poner el pie izquierdo en el piso sintió un dolor punzante muy fuerte. Aunque el hombre era enorme, sus movimientos eran muy rápidos. Había alcanzado a tocar su pierna y le había dejado la carne viva. Lacros debía pensar rápido y moverse más rápido aún. El hombre comenzó a balancear nuevamente la maza. Esta vez Lacros cerró más el círculo, dejándole menos lugar donde golpear y más para esquivar, pero fue inútil. Alcanzó a esquivar el golpe por pocos centímetros, pero sintió la roca molida y fue a dar contra unos barriles de vino junto al muelle. El hombre de la maza seguía riendo tras cada golpe. Lacros lo miró con detención. La piel verdosa y nada de pelo sobre ella, ni siquiera cejas. Los ojos pequeños y amarillentos. Labios gruesos que escondían dientes afilados, como los de un tiburón. Tenía la nariz ancha y las orejas grandes, llenas de argollas de acero. Era más grasa que musculo y vestía ropa ancha para cualquier persona, pero a él le quedaban apretadas.

-Eres capaz de derrotarlo, niño – gritó la anciana desde la puerta de la taberna – Solo recuerda.

Lacros busco en su mente los años que se había entrenado en el castillo. Muchas veces se había enfrentado a los hijos de los herreros y granjeros que querían ser caballeros para cambiar su suerte. Hombres enormes, curtidos por el trabajo, fuertes y musculosos, pero lentos y torpes al moverse en el campo de batalla. El hombre de la maza era casi tan rápido como él.

-¿Qué hago cuando me enfrente a hombres más fuertes que yo? – le había preguntado cuando niño a Balum.

-Bueno, en ese caso, siempre recuerda que antes de enfrentarte a ti, los hombres enfrentan al mundo que los rodea. Un hombre gordo puede blandir un arma con destreza, pero necesita espacio para moverse. Un hombre delgado, puede ser rápido, pero el peso de su arma puede jugarle en contra.

-¿Y si me encuentro con un hombre fuerte y veloz?

-En ese caso Lacros – rió Balum – Hazte el muerto y deja que una montaña caiga sobre él.

Jamás había entendido las palabras de Balum. La maza descendía sobre su cabeza cuando prestó atención al combate de nuevo.  Logró lanzarse a un lado, cayendo de mala manera. Sentía adolorido el brazo derecho y la pierna izquierda. El golpe de la maza rompió varios adoquines. Lacros intentaba mirar a su alrededor, tratando de ver lo que hace diez años habría descubierto enseguida. Observó los puestos de venta, el cuerpo de Gaudo, la anciana, los barriles y los muros de los rompe olas a la orilla del muelle. Vio al hombre acercándose.

-El gran Lacros solo sabe correr como un ratón asustado. Le dije a Zagal que haría lo que él no pudo hace años.

El hombre comenzó a trotar hacia Lacros. Fue entonces cuando se le ocurrió. Cerró el círculo, quedando justo detrás de la sangre de Gaudo.

-Gracias amigo – susurró y sintió un escalofrío.

El hombre dio con su maza en muro de la taberna. Lacros se movió justo a tiempo. Las botas del hombre quedaron empapadas en la sangre de Gaudo y de inmediato Lacros vio como el adoquín lo hacia resbalar.

-No eres más que una rata cobarde Lacros, deja de escapar y muere.

Lacros, sin decir ni una palabra, rodeó al hombre hasta quedar justo delante de los barriles. El hombre, enfurecido, corrió hacia Lacros, agitando su maza sobre su cabeza. La ira lo comenzó a cegar. Lacros dio un paso atrás y se arrodilló, justo cuando el hombre daba un golpe con todas sus fuerzas contra los barriles, dejando la maza clavada en el muro de rompe olas que escondían detrás. Los barriles se destrozaron y los trozos de muro cayeron al piso mientras el hombre intentaba sacar la maza, pero sus pies se resbalaban. Lacros quedó arrodillado, entre los barriles y el hombre. Solamente extendió su espada con fuerza y cortó el vientre del gigante.
El hombre de la maza se desplomó, golpeándose la cabeza contra el muro del rompe olas. Lacros lo dio vuelta con el pie, dejándolo boca arriba. Tenía los ojos abiertos e intentaba hablar pero tenía la boca llena de sangre.

-Zagal… tu… rata…

Lacros atravesó la garganta del gigante con su espada.
El sol se ponía detrás del “Bastón Gris”. La anciana de la taberna miraba como Lacros cavaba una tumba para su compañero. Lacros arrastro a Gaudo hasta la tumba y luego lo cubrió con tierra. Clavó una estaca sobre la tierra suelta, marcando el lugar y luego puso tres piedras como si fueran lápidas.

-No lo conocí mucho, pero en la guardia aprendí a honrar a todos los muertos en batalla.

A unos metros de donde había enterrado a Gaudo, había un montículo de tierra suelta con una maza encima.

-¿Quién eres? – Le pregunto Lacros a la anciana - ¿Cómo sabes tanto de mí?

-Balum te trajo a mi cuando recién eras un bebé. Yo le enseñé a Balum a cuidarte. Luego, él te tomó y continuó su camino de comerciante. Mi nombre es Nana, o así me ha llamado la gente durante muchos años. Cuando te vi por primera vez, sabía que te esperaba un futuro brillante. Cuando te vi, años después, el día que Balum te embarcó hacia el castillo Azul, me di cuenta de que Balum había hecho un mejor trabajo de lo que había pensado. Y ahora que te veo hoy, sé que no me equivoqué.

-Balum… él me abandono… ¿verdad? – La voz de Lacros se escuchaba quebradiza

-No, mi niño. Balum solo cumplió su parte del trabajo.

-¿Qué debo hacer ahora, Nana?

-Ahora que estas aquí, el Sombra Espumosa atracará en cualquier momento. Debes tomarlo y seguir tu camino.

-¿Sabes si Balum está…

-¿Vivo? – Interrumpió la anciana – Siempre estará vivo en tu corazón, así como tu amigo guerrero, la princesa Ania e incluso lo que alguna vez fue Zagal.

Lacros tragó con fuerza y dejo caer una lágrima.

-La lágrimas son las medallas de nuestro valor – Dijo la anciana – Que bueno que aun estas vivo, mi niño."


martes, 12 de febrero de 2013

CAPITULO III: LA GUÍA


-¿Lacros tenía pena?, abuelo

-Él era un hombre que no demostraba muchos sus sentimientos, pero los tenía… pena era uno de ellos…

“Los puertos grises estaban frente a él. Desde lo alto del cerro que lo rodeaba se podían apreciar todas sus construcciones. En la costa, sobre las rocas, destacaba el “Bastón Gris”, el faro que le daba nombre a los puertos. Lacros no lo había visto desde su niñez.  Ahora se veía disminuido y agrietado por el aire salado. La base estaba llena de algas y las olas pronto lo echarían abajo.

-¡Mira, el “Bastón Gris”! – gritó Lacros emocionado desde la carreta del herrero.

-Si pequeño, el Bastón Gris nos guía – le dijo el herrero – Aquí tomaremos nuestro barco hacia la capital del Antiguo Reino, y allí Lacros, tu historia comenzará.

-Sí, Balum, y seré el más grande de los caballeros

-Debes ser fuerte Lacros – Dijo el herrero con algo de pena – Aunque tengas ocho años, debes ser el más fuerte.

Las calles no habían cambiado tanto. La gente parecía ser la misma. Aun tenía el olor a sal y pescado que recordaba. Detuvo el caballo junto al primer muelle, junto a una tienda recién puesta. Comenzó a mirar los barcos, buscando el “Sombra Espumosa”, pero no lo encontró. Dio una segunda mirada y comenzó a pasearse por los muelles. Les preguntó a varios marineros por el barco, pero la mayoría solo lo miró sin respuesta.

-Muchas cosas raras han aparecido por los puertos últimamente – Dijo uno de los pocos que respondió – Hombres hablando sobre bestias marinas que hunden barcos, dragones que vigilan las cosas, jinetes montando bestias jorobadas, tortugas de madera dirigiéndose hacia el oeste.

-¿Y el “Sombra Espumosa”? – Preguntó Lacros, cansado de los rodeos

-No ha llegado. Se supone que llegaría ayer, pero algunos dicen que encalló. Otros dicen que trae a un brujo del este, de más allá del mar. Que el señor de las nubes nos proteja si es así.

Lacros dejó el caballo en el establo de la taberna más cercana. Dentro de la taberna olía a cigarros y cerveza pasada. Era temprano y por eso aún se mantenía silenciosa, pero en unas horas más, cuando los marineros salieran de los barcos, la taberna se llenaría de prostitutas y borrachos.  En un rincón de la oscura sala principal, una anciana fumaba una pipa lentamente.

-¿Qué necesita? – dijo con voz parecida al rechinar de la puerta de entrada.

-Algo para beber y fuego – Afuera hacía frío.

-¡Hugo! – Gritó la anciana y enseguida un enorme gigante de más de dos metros, ancho y sonriente apareció detrás de la barra – Sírvele al caballero.

El gigante, sin dejar de sonreír, sirvió un tarro sin decir una palabra. Lacros lo tomó y se sentó en la barra. Se preguntaba qué habría pasado con el barco. Sentía la inquietud en el pecho, al pensar que no podría cumplir con los planes de Unojo. No tenía claro si aquel sentimiento era por comenzar la búsqueda de Zagal , o por extraño que le pareciera, decepcionar al viejo.

-Algo le preocupa joven – Dijo de pronto la anciana.

-El barco – murmuró sin pensar.

-El  “Sombra Espumosa” viene en camino – dijo la anciana entre el humo.

Lacros la miró de inmediato.

-Así es que usted es el jovencito que el viejo Unojo eligió – La anciana dio un salto y se puso de pie. No era más alta que una mesa.

-Sí, Unojo me envía.

-Meter a un alguien tan joven y guapo como a usted en esta empresa es una crueldad – dijo la vieja mientras se acercaba – Unojo debe estar desesperado por encontrar a Zagal. Dígame, ¿Usted conoce al objetivo?

-¿El objetivo? ¿Zagal? – Lacros dudó un instante, pero la vieja se acercaba – Si, lo conozco bien.

-Eso quiere decir… - la vieja se detuvo – que Unojo encontró al indicado, ¿Es usted Lacros, la espada juramentada?

-Así es – Hacia años que nadie lo llamaba Espada Juramentada.

-Qué alegría pues, entonces el “Sombra Espumosa” ya puede atracar.

La vieja se sentó junto a Lacros. Fuera del humo, se podían distinguir sus orejas grandes y su nariz puntiaguda, el cabello totalmente blanco y tomado en un nudo sobre la cabeza. Las arrugas le poblaban la cara, haciéndola un mapa de ríos en el tiempo. Tenía los dientes amarillentos y los labios delgados y secos. Puso su mano arrugada y delgada sobre la de Lacros.

-Balum siempre estuvo tan orgulloso de ti – le dijo la anciana.

La noche era estrellada y la carreta del herrero bajaba a saltitos por los adoquines de las calles de los puertos Grises. Lacros dormía en la parte de atrás, entre las herramientas, envuelto en una fina capa de lana nueva. Balum detuvo la carreta en la puerta de una taberna. Lacros seguía durmiendo.
La puerta de la taberna se abrió y una mujer de baja estatura, orejas grandes y nariz puntiaguda pero con algo atractivo, salió apresurada pero en silencio.  En sus manos llevaba una carta.

-Balum – susurró y abrazó al herrero – La carta llegó ayer, el otro niño ya está en el castillo.

-Entonces Lacros debe partir mañana mismo, si tenemos suerte llegará a tiempo.

-No le dejes las cosas a la suerte – dijo la mujer mostrando una sonrisa.

-¿Cuál es el plan?

-Debe partir ahora mismo.

-Pero… - El herrero miró la carreta.

-Te encariñaste con él, Balum.

-Es un buen niño, aun cuando ha pasado por tanto, es un buen niño.

-Por eso debe irse hoy, el barco lo espera.

La mujer entro y salió de la taberna. Le entregó a Balum un saco cerrado. Adentro tenía ropa y comida. Balum se subió a la carreta y la hizo avanzar hasta quedar frente a un barco. El barco era pequeño, pero se veía confiable, estaba pintado de negro y en el mascarón tenía una mujer con los pechos al aire, el pelo al viento y una máscara tapándole la cara. “Sombra Espumosa” estaba escrito a los costados de la mujer desnuda.

Balum subió primero el saco y un barril con cerveza que se lo entregó al capitán, un hombre de cabello largo y negro, con un parche en el ojo y la barba larga y delgada. Ni siquiera se saludaron, actuaban como si hubiesen estado todo el día juntos. Balum tomó con cuidado a Lacros que aun dormía enrollado en la capa de lana blanca, y lo dejo en un camarote pequeño pero acogedor. Lacros no se despertó. Al final, Balum le pasó una espada al capitán.

-Entrégasela apenas despierte.

-Como tú digas, mi amigo – Respondió el capitán con acento extranjero.

Lacros abrió los ojos. Miró por la ventana de piedra y se sintió desamparado. Buscó a Balum por toda la extraña habitación. Se bajó de la cama y cuando iba a abrir la puerta, entró un hombre alto, de pelo largo y negro, como su barba y con un parche en el ojo.

-Pequeño – dijo con un extraño acento – Balum te dejó esto.

El hombre le entregó una carta y una espada. Los ojos de Lacros se llenaron de lágrimas y el hombre se arrodilló para abrazarlo. Le explicó que Balum no podía venir con él.

-¿Dónde estoy? – preguntó sollozando.

-En el castillo de Azul, la capital del Antiguo Reino de Eris.

martes, 5 de febrero de 2013

CAPITULO II : EL RUBY


- ¿Unojo era bueno abuelo?

- Difícil saberlo.  Pero Lacros tenía más motivos para aceptar. Más que la venganza, Lacros buscaba respuestas…

“Lacros caminaba sin prisa por el camino de los antiguos reyes, en dirección a los puertos Grises. Llevaba al caballo de las riendas detrás de él. A su lado caminaban Gaudo y Skairs. Ambos lo acompañarían solo hasta el próximo pueblo, luego el viaje dependería de Lacros.  Skairs solo observaba el camino y avanzaba, pero Gaudo masticaba maldiciones en voz baja con cada paso.

-¿Todos buscamos a Zagal? – Le preguntó Lacros a Unojo antes de partir.

-Sí, todos nosotros, pero cada uno por un camino distinto. Algunos solo buscaremos información y los mantendremos al tanto de todo.

-¿No es mucha gente para detener a un solo hombre?

-Conoces a Zagal mejor que nadie, muchacho. Si mal no recuerdo a ti ya se te escapó una vez. Además, es seguro que no estará solo.

-Usó trucos sucios…

Zagal sacó la espada ensangrentada del rey.  Lacros,  alterado al ver muerta a la princesa, atacó sin pensar. Zagal esquivó cada uno de sus movimientos. Lacros luchaba contra su ira y contra Zagal, estaba confundido y distraído. Zagal había entrenado junto a él desde pequeños. Juntos se transformaron en guardias del castillo Azul; y juntos habían sido nombrados guardia real. Fueron compañeros; y lucharon lado a lado hasta la batalla de los campos Ruby.

-Que estuviera en pie y que asesinara al rey y a su hija fue el más sucio de sus trucos – Dijo Unojo – Zagal ya no es cualquier hombre.

-Lo sé, yo lo vi – Respondió Lacros en voz baja.
Cuando ya habían llegado al pueblo, Skairs automáticamente descargó su mula y su caballo y comenzó a armar un puesto de venta de frutas. Gaudo lo ayudaba sin dejar de murmurar maldiciones contra Lacros.

-Debe ser difícil vender frutas sin lengua – Dijo Lacros.

-Es solo una fachada – ladró Gaudo – Será mejor que tú te largues. No sé qué tendrás de especial para que Unojo te envíe directamente con Zagal.

-Pregúntaselo a tu oreja – Respondió Lacros mientras se retiraba.

Gaudo quedo a su espalda, ladrando maldiciones, pero Lacros no prestó atención. Caminó hasta la salida del pueblo. Si se daba prisa, en dos días llegaría a los puertos Grises.
Subió a su caballo y comenzó a cabalgar, primero a paso lento. Acariciaba el cuello del caballo y le susurraba al oído, palabras que alguna vez aprendió de viajeros de otras tierras. Las palabras hacían al caballo entrar en confianza con él y cabalgar más rápido.
Salió de la arboleda y comenzó a cabalgar por un campo enorme. Solo las montañas a más de tres días desde donde estaba interrumpían la vista. Algo le parecía conocido de aquel campo, pero no podía encontrar qué.

-¿Qué ocurrió en los campo Ruby?  - Le preguntó Vetrz a Lacros mientras Unojo y Gaudo cargaban el caballo.

-Murieron muchos que no debieron – Respondió seco Lacros.

-Según los libros, fue allí en donde se decidió la victoria del antiguo reino sobre la revolución.

-Se decidió mucho más que eso…

-Pero luego con el extraño asesinato del Rey y de su heredera, la revolución tomó el control de la región y con él, todo el Antiguo Reino Azul.

-Y el castillo Azul se derrumbó y la guardia del rey quedó en la calle – Respondió Lacros alejándose.
Unojo se acercó a Vetrz.  Lacros tomo distancia del grupo.

-En los campo Ruby murieron hombres buenos Doctor – Le dijo Unojo a Vertz – Lacros fue uno de ellos.

Lacros continuaba cabalgando y el sol seguía bajando con rapidez. El campo se quebraba de repente, bajando en un valle profundo alrededor de un río rojizo, conocido por los locales como el Brazo Ruby. Lacros recorrió los campos Ruby sin darse cuenta hasta que llego al río, pero por mucho que odiara estar en ese lugar, ya era tarde para regresar al pueblo anterior. El Antiguo Reino había cambiado mucho desde que la Revolución lo tomara y lo despedazara en miles de pequeñas provincias. Solo habían pasado veinte años.
Lacros bajó por el valle con el caballo detrás. Buscó un lugar cerca del río y montó su campamento. Mientras construía su refugio, miraba el cielo con recelo. En cualquier momento oscurecería y odiaba la noche. Más estando cerca del Ruby.

Juntó agua en un balde de madera y la dejó cerca de su caballo, luego se metió en su tienda y sacó un pellejo de vino fuerte y un trozo de carne seca. La fogata era lo único que sonaba afuera. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando sintió ruidos. Tomó su espada y salió. No veía al caballo por ningún lado. El Ruby corría tan lentamente que ni siquiera se escuchaba. Estaba tan oscuro que parecía ser una noche sin luna.

Vio un resplandor azul entre los matorrales. Se comenzaron a escuchar pisadas, cientos. Se sentía rodeado. De pronto, las orillas del Ruby estuvieron plagadas de resplandores. Se comenzaron a escuchar los gritos de los guerreros y de las espadas. Uno de los guerreros espectrales atacó a Lacros. Con dificultad evadió el golpe. Unos metros más allá lo vio. Era Zagal, observando la batalla desde arriba de una roca en la orilla. Confundido, se levantó y se abrió paso a golpes de espada hasta Zagal. Cuando estaba a unos pasos, gritó.

-¡Zagaaaaaal! – la ira se escuchaba en su voz.

Zagal se dio media vuelta y lo miró.

-Te lo dije Lacros, el Ruby está maldito, quien muere en él luchará por siempre. Las aguas del Ruby son la sangre de los guerreros de antaño.

Un espectro se acercó a Lacros. Este extendió su espada y comenzó a luchar, siempre intentando llegar hasta Zagal, pero cada vez que lo intentaba, un grupo de espectros lo repelía hasta las orillas. Algunos caían al río y otros peleaban contra otros espectros. Miraba los rostros de los muertos, algunos los había conocido. Zagal lo observaba desde lo alto de una roca y reía.

-¡Nos traicionaste! – Gritó Lacros – ¡Eras mi hermano y me traicionaste!

-¿Yo soy el traidor? – Dijo Zagal bajando de la roca – Fuiste tú el que me abandonó a la orilla del Ruby. Tú me dejaste morir.

-Sobreviviste – Respondió Lacros sacándose de encima a los guerreros – Desapareciste, busqué tu cuerpo. Luego, apareciste en la sala del rey. Prometiste cuidarla.

-¡Tú prometiste cuidarla Lacros! – Gritó Zagal – Ella te eligió a ti, no a mí.

Un espectro derribó a Lacros. Zagal puso su pie sobre el pecho de Lacros y levantó la espada.

-Tú fallaste – Dijo Zagal.

Lacros abrió los ojos. Seguía en la tienda. El pellejo de vino estaba vacío.  El Ruby corría con calma y su caballo estaba donde lo había dejado. El sol casi salía, en el cielo no quedaban estrellas. Desarmó el campamento y cargó nuevamente su caballo.