-¿Lacros y Zagal eran hermanos?
-No solo la sangre te da
hermanos, Alejandra. Los sueños, las metas y los anhelos también te pueden
llevar a tener hermanos que morirían y vivirían por ti…
“El Sombra Espumosa se detuvo en
los puertos de Sangre de Boros. La ciudad de Boros era uno de los principales
centros de comercio de la región. Todo lo que viajara desde Eris hasta Jade y
viceversa, primero pasaba por la desértica ciudad de Boros.
El sol se mantenía fuerte en lo
más alto del cielo, eliminando cualquier sombra en la ciudad. Comerciantes de
todas partes del mundo se reunían bajo los techos de tela color crema,
anunciando sus productos y regateando con los compradores. Lacros y Mish fueron
a recorrer la ciudad mientras Derio descargaba
mercancías del barco y Nana se refugiaba del sol en los camarotes más
bajos del barco.
-Boros es muy similar a mi tierra
natal – dijo Mish para romper el silencio que se mantuvo durante buena parte
del camino.
-¿De dónde vienes, Mish?
-Vengo de Kalim-ha, cruzando Jade
y los ríos Gemelos, más allá de los antiguos imperios muertos. Es una tierra
desértica y cruel, pero se dice que allí pisaron los primeros hombres y que
luego se esparcieron por el mundo.
Boros en realidad era un montón
de casas color ocre, cuadradas, puestas una junto a otra dejando pequeños
callejones entre cada una y cada dos casas, un paso más ancho que serían las
calles principales. Muchos de los habitantes se refugiaban del calor en
aquellos callejones. Los habitantes de Boros eran de piel oscura como el ébano
o morenas como el trigo tostado. La armadura de Lacros se había trasformado en
un horno, mientras que Mish parecía muy cómoda bajo el inclemente sol.
-Estás empapado Lacros, será
mejor que te busquemos ropa – dijo Mish
-No es necesario…
-No me alegues Lacros – Mish
soltó una risa entre dientes – con esa armadura y las prendas de lana te
desmayarás bajo este sol.
Parecía que el calor de Boros le
dio una nueva energía a Mish. En Eris, el verano era frío y el invierno duro.
Muchos viajeros decían que el clima hace la personalidad de la gente y los
pobladores de Eris eran como su clima, serios, oscos y huraños, como Lacros;
totalmente distintos a los hombre de las islas como Derio o los que venían de
más allá de Jade, como Mish.
Mish se paseaba de un puesto
mercante a otro, alegando a viva voz, moviendo las manos en el aire,
discutiendo con los vendedores y comprando mientras mostraba su coqueta
sonrisa. A veces hablaba en lenguas que Lacros no lograba entender. Lacros
logró ver un grupo de hombres armados en uno de los callejones, que miraban
fijamente a Mish mientras ella bailaba entre los puestos mercantes.
Lacros se puso alerta sin dejar
de observar a los hombres del callejón, pero Mish le llenaba los brazos y las
manos de prendas de ropa. En el momento que Mish lo llamó para que viese un
chaleco de piel, los hombres desaparecieron.
Después de unos cuantos puestos
mercantes más, Lacros vestía pantalones delgados café, zapatos de suela dura,
una camisa suelta color arena, ajustada por un fajín negro. Conservó el
cinturón de cuero del que colgaba su espada.
-Ahora sí, ¿te sientes más
cómodo?
-Sí, la verdad que sí. Mish,
regresemos al barco – Lacros no escondía su preocupación.
- ¿Qué sucede?
De pronto estaban los dos solos
en la esquina de la calle. De los callejones salieron un grupo de hombres,
todos armados pero vestidos con ropas comunes. Todos eran morenos como los
granos de café. Uno llevaba el cabello largo, suelto, que le llegaba hasta la
cintura y entre los gruesos labios y los dientes blancos, llevaba un cigarrillo
verde. El segundo era calvo, pero tenía una larga trenza en la barba, teñida de
color azul. Ambos, musculosos, con espadas curvas y un corvo en el cinturón.
Detrás de Lacros apareció un hombre delgado y alto, con el pelo en pechones apelmazado.
Un cintillo en la cabeza evitaba que los mechones le taparan el resto. Llevaba
un chaleco teñido de colores y unos pequeños lentes redondos de cristal oscuro.
A su lado, un hombre alto y gordo, de torso desnudo llevaba una maza en el
cinturón. El gordo era calvo y lampiño.
-Hermano, mejor me entregas tu
espada y a la morena – dijo el delgado de lentes.
Lacros desenfundó y trató de
moverse para tener a los cuatro enfrente y a Mish detrás de él. Los cuatro
hombre se echaron a reír y los dos musculosos desenfundaron las espadas curvas.
El de cabello largo caminó, siempre mirando a Lacros y le entregó el cigarrillo
al hombre de lentes. El hombre de lentes lo encendió y fumó hasta que sus
pulmones se llenaron.
-Mátenlo – dijo manteniendo el
aire y entregándole el cigarrillo al hombre gordo.
El hombre de pelo largo se lanzó
directo a Lacros, pero éste lo esquivó rápidamente. Sin la armadura y con ropas
tan livianas moverse era sumamente fácil. Los otros tres hombres soltaron una
enorme carcajada cuando el hombre de pelo largo se dio contra el muro al otro
lado de la calle.
-Quédate atrás de mí- le dijo
Lacros a Mish.
El calvo de barba comenzó a
pasear su espada de una mano a otra. Lacros notó que no eran hombres
entrenados. Sus movimientos eran torpes y lentos, derrotarlos no sería
problema. El calvo atacó y Lacros lo esquivó hacia un lado, golpeándolo con el
mango de la espada en la espalda. El calvo dio unos saltos intentando mantener
el equilibrio, pero fue inútil y cayó en el adoquín caliente. El hombre gritó y
soltó la espada, mientras se escupía en las manos y las agitaba. El escandalo
hizo que varias personas se asomaran a las ventanas; incluso los ebrios de un
bar al final del callejón se acercaron a mirar. En los callejones cercanos al
puerto jamás había guardias de la ciudad, a menos que algún barco importante
estuviera en el puerto. En ese momento solo había galeras pesqueras y el Sombra
Espumosa.
El hombre de lentes parecía
molesto. Esta vez no había carcajadas. El gordo se acercó a Lacros,
acorralándolo junto con los otros dos.
-¡Mátenlo dije! – repitió el
hombre de lentes y volvió a fumar.
Los tres hombres se lanzaron al
ataque. Lacros esquivó a uno, detuvo el golpe del segundo y quedó abierto a
recibir el golpe del tercero, pero éste jamás llegó. Lacros miró a su lado. El
hombre gordo había dado contra una espada que no era suya. La piel del guerrero
que ayudó a Lacros era negra como el ébano. Llevaba el cabello largo, amarrado
en una cola que caía en espirales cerrados. Llevaba una espada muy delgada y
larga; y vestía ropas parecidas a las de Lacros en ese momento, pantalones
anchos, sandalias de cuero y una camisa ajustada por un fajín.
-Tres contra uno y aun así no
logran ganar – dijo el guerrero, empujando al gordo.
Mish se corrió hacia la multitud
que se reunía encerrando a los ladrones y a los guerreros. Lacros juntó la
espalda con el guerrero de piel oscura, quedando con los tres matones a su
alrededor, pero bastó solo un movimiento para derribar a dos. Lacros golpeó con
fuerza al ladrón de pelo largo y su compañero derribó de una patada al gordo,
luego de detener el golpe de su maza con la espada.
El hombre de lentes se puso
nervioso y escupió el cigarro al piso. El ladrón de barba azul, aún en pie,
bajo la espada y corrió entre la multitud. El de lentes, al verse solo, lo
siguió, dejando a sus dos compañeros abandonados en la mitad de la calle. El
guerrero de piel oscura enfundó su espada y sacó unos lentes pequeños y
redondos, de cristal oscuro y se los puso.
-Eso estuvo cerca – le dijo a
Lacros.
-Gracias por la ayuda…
-Efrón...
-Hermano – Mish miraba desde la
multitud que se disipaba.
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