-¿Lacros tenía pena?, abuelo
-Él era un hombre que no demostraba muchos sus sentimientos, pero los
tenía… pena era uno de ellos…
“Los puertos grises estaban frente a él. Desde lo alto del cerro que lo
rodeaba se podían apreciar todas sus construcciones. En la costa, sobre las
rocas, destacaba el “Bastón Gris”, el faro que le daba nombre a los puertos.
Lacros no lo había visto desde su niñez.
Ahora se veía disminuido y agrietado por el aire salado. La base estaba
llena de algas y las olas pronto lo echarían abajo.
-¡Mira, el “Bastón Gris”! – gritó Lacros emocionado desde la carreta del
herrero.
-Si pequeño, el Bastón Gris nos guía – le dijo el herrero – Aquí tomaremos
nuestro barco hacia la capital del Antiguo Reino, y allí Lacros, tu historia
comenzará.
-Sí, Balum, y seré el más grande de los caballeros
-Debes ser fuerte Lacros – Dijo el herrero con algo de pena – Aunque tengas
ocho años, debes ser el más fuerte.
Las calles no habían cambiado tanto. La gente parecía ser la misma. Aun
tenía el olor a sal y pescado que recordaba. Detuvo el caballo junto al primer
muelle, junto a una tienda recién puesta. Comenzó a mirar los barcos, buscando
el “Sombra Espumosa”, pero no lo encontró. Dio una segunda mirada y comenzó a
pasearse por los muelles. Les preguntó a varios marineros por el barco, pero la
mayoría solo lo miró sin respuesta.
-Muchas cosas raras han aparecido por los puertos últimamente – Dijo uno de
los pocos que respondió – Hombres hablando sobre bestias marinas que hunden
barcos, dragones que vigilan las cosas, jinetes montando bestias jorobadas,
tortugas de madera dirigiéndose hacia el oeste.
-¿Y el “Sombra Espumosa”? – Preguntó Lacros, cansado de los rodeos
-No ha llegado. Se supone que llegaría ayer, pero algunos dicen que
encalló. Otros dicen que trae a un brujo del este, de más allá del mar. Que el
señor de las nubes nos proteja si es así.
Lacros dejó el caballo en el establo de la taberna más cercana. Dentro de
la taberna olía a cigarros y cerveza pasada. Era temprano y por eso aún se
mantenía silenciosa, pero en unas horas más, cuando los marineros salieran de
los barcos, la taberna se llenaría de prostitutas y borrachos. En un rincón de la oscura sala principal, una
anciana fumaba una pipa lentamente.
-¿Qué necesita? – dijo con voz parecida al rechinar de la puerta de
entrada.
-Algo para beber y fuego – Afuera hacía frío.
-¡Hugo! – Gritó la anciana y enseguida un enorme gigante de más de dos
metros, ancho y sonriente apareció detrás de la barra – Sírvele al caballero.
El gigante, sin dejar de sonreír, sirvió un tarro sin decir una palabra.
Lacros lo tomó y se sentó en la barra. Se preguntaba qué habría pasado con el
barco. Sentía la inquietud en el pecho, al pensar que no podría cumplir con los
planes de Unojo. No tenía claro si aquel sentimiento era por comenzar la
búsqueda de Zagal , o por extraño que le pareciera, decepcionar al viejo.
-Algo le preocupa joven – Dijo de pronto la anciana.
-El barco – murmuró sin pensar.
-El “Sombra Espumosa” viene en
camino – dijo la anciana entre el humo.
Lacros la miró de inmediato.
-Así es que usted es el jovencito que el viejo Unojo eligió – La anciana
dio un salto y se puso de pie. No era más alta que una mesa.
-Sí, Unojo me envía.
-Meter a un alguien tan joven y guapo como a usted en esta empresa es una
crueldad – dijo la vieja mientras se acercaba – Unojo debe estar desesperado
por encontrar a Zagal. Dígame, ¿Usted conoce al objetivo?
-¿El objetivo? ¿Zagal? – Lacros dudó un instante, pero la vieja se acercaba
– Si, lo conozco bien.
-Eso quiere decir… - la vieja se detuvo – que Unojo encontró al indicado,
¿Es usted Lacros, la espada juramentada?
-Así es – Hacia años que nadie lo llamaba Espada Juramentada.
-Qué alegría pues, entonces el “Sombra Espumosa” ya puede atracar.
La vieja se sentó junto a Lacros. Fuera del humo, se podían distinguir sus
orejas grandes y su nariz puntiaguda, el cabello totalmente blanco y tomado en
un nudo sobre la cabeza. Las arrugas le poblaban la cara, haciéndola un mapa de
ríos en el tiempo. Tenía los dientes amarillentos y los labios delgados y
secos. Puso su mano arrugada y delgada sobre la de Lacros.
-Balum siempre estuvo tan orgulloso de ti – le dijo la anciana.
La noche era estrellada y la carreta del herrero bajaba a saltitos por los
adoquines de las calles de los puertos Grises. Lacros dormía en la parte de
atrás, entre las herramientas, envuelto en una fina capa de lana nueva. Balum
detuvo la carreta en la puerta de una taberna. Lacros seguía durmiendo.
La puerta de la taberna se abrió y una mujer de baja estatura, orejas
grandes y nariz puntiaguda pero con algo atractivo, salió apresurada pero en
silencio. En sus manos llevaba una
carta.
-Balum – susurró y abrazó al herrero – La carta llegó ayer, el otro niño ya
está en el castillo.
-Entonces Lacros debe partir mañana mismo, si tenemos suerte llegará a
tiempo.
-No le dejes las cosas a la suerte – dijo la mujer mostrando una sonrisa.
-¿Cuál es el plan?
-Debe partir ahora mismo.
-Pero… - El herrero miró la carreta.
-Te encariñaste con él, Balum.
-Es un buen niño, aun cuando ha pasado por tanto, es un buen niño.
-Por eso debe irse hoy, el barco lo espera.
La mujer entro y salió de la taberna. Le entregó a Balum un saco cerrado.
Adentro tenía ropa y comida. Balum se subió a la carreta y la hizo avanzar
hasta quedar frente a un barco. El barco era pequeño, pero se veía confiable,
estaba pintado de negro y en el mascarón tenía una mujer con los pechos al
aire, el pelo al viento y una máscara tapándole la cara. “Sombra Espumosa”
estaba escrito a los costados de la mujer desnuda.
Balum subió primero el saco y un barril con cerveza que se lo entregó al
capitán, un hombre de cabello largo y negro, con un parche en el ojo y la barba
larga y delgada. Ni siquiera se saludaron, actuaban como si hubiesen estado
todo el día juntos. Balum tomó con cuidado a Lacros que aun dormía enrollado en
la capa de lana blanca, y lo dejo en un camarote pequeño pero acogedor. Lacros
no se despertó. Al final, Balum le pasó una espada al capitán.
-Entrégasela apenas despierte.
-Como tú digas, mi amigo – Respondió el capitán con acento extranjero.
Lacros abrió los ojos. Miró por la ventana de piedra y se sintió
desamparado. Buscó a Balum por toda la extraña habitación. Se bajó de la cama y
cuando iba a abrir la puerta, entró un hombre alto, de pelo largo y negro, como
su barba y con un parche en el ojo.
-Pequeño – dijo con un extraño acento – Balum te dejó esto.
El hombre le entregó una carta y una espada. Los ojos de Lacros se llenaron
de lágrimas y el hombre se arrodilló para abrazarlo. Le explicó que Balum no
podía venir con él.
-¿Dónde estoy? – preguntó sollozando.
-En el castillo de Azul, la capital del Antiguo Reino de Eris.
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